lunes, diciembre 22, 2014

EAM # 55 y 56: Fritz Lang




Recupero hoy mis dos artículos para la revista digital de cine El antepenúltimo mohicano dedicados al supremo Fritz Lang. En el primero me centraba en su película del año 1928 Los espías (Spione), un absoluto prodigio de locura folletinesca y vértigo visual. Una delicia total con planos que hoy son iconos del cine mundial y repleta de secuencias e ideas de una modernidad apabullante. Podéis leerlo 





En el segundo realicé una selección de las que creo que pueden ser las diez mejores películas de Fritz Lang, un entretenimiento (pues no se trata de otra cosa) que disfruté al máximo, aunque no tanto cuando llegué a ese momento en que tuve que dejar alguna de mis favoritas fuera. El intríngulis no estriba en afirmar que falta ésta o la otra, que eso está chupao: lo difícil es decir cuál apartarías de esta lista de diez películas insuperables. Podéis leerlo y disfrutar con la fantástica selección de imágenes que hizo Emilio Luna para el mismo 


  




Por lo general mis artículos sobre películas antiguas son los menos visitados de la página, pero con éste de las diez de Lang no fue así, de manera tal que a día de hoy resulta el artículo de más éxito y con más visitas de cuantos he realizado. Por si pensáis que me voy a poner engreído o tontorrón, no temáis: soy consciente de que ostento la autoría del artículo menos visitado de EAM. Pero éste no os diré cuál es.


miércoles, diciembre 03, 2014

El carnaval de Wolfville (2014), de Miguel Ángel Wolfville (Lord Michaelus Wolfville III)



Hay libros secretos que deberían ser lecturas obligatorias. Quizá ya lo sean en algún mundo paralelo sin duda mucho mejor y más avanzado que el nuestro. Este pequeño volumen que recoge varios artículos del gran Miguel Ángel Wolfville (o Lord Michaelus Wolfville III, manteniendo la debida cortesía) es sin duda uno de ellos. El carnaval de Wolfville, además de ser el título del mismo, es también el nombre del blog (AQUÍ) de su autor, una página de referencia absoluta en La décima víctima. El comentario acerado e inteligente, nunca exento de humor, nos ganó desde el primer día en que fijamos nuestros gastados ojos en él. El señor Wolfville, además y como corresponde a un carácter erudito e inquieto, lleva adelante o participa en otros proyectos igualmente apasionantes: el e-zine, fanzine digital, realizado por Wolfville y Maese Alb, EMBRYO dedicado en su totalidad al genial guionista de cómics y escritor inglés Alan Moore; la revista digital La caja de Pandora, en la cual es colaborador; y Retazos de Syldya, que sin duda es el que más intrigados nos tiene y del cual esperamos saber más con ansiedad.  

En El carnaval de Wolfville (2014) se recogen 13 (gran número) artículos que resumen a la perfección el estilo deslumbrante de ingenio de maese Wolfville. Recordadlo siempre: la sabiduría no tiene, incluso me atrevería decir que no debe, estar reñida con la diversión, tanto como ésta no tiene por qué huir despavorida ante la documentación precisa y la erudición. Así, el volumen se abre con una búsqueda sobre la verdad acerca del caso Jerry Lewis y su película nunca estrenada El día que el payaso lloró. Confieso que desconocía por completo la existencia de esta delirante tentativa cinematográfica hasta que leí sobre ella por primera vez hace ya unos años en La caja de Pandora. Un esfuerzo inenarrable el de nuestro admirado Lewis por realizar un filme que, no puedo evitarlo, de alguna manera se me antoja un antecedente de esa otra sobre el holocausto visto con humor y sensibilidad (o sensiblería, a vuestro gusto) que es La vida es bella (La vita è bella, Roberto Benigni, 1997), sólo que desde una perspectiva cuyos apenas imaginados resultados apuntan hacia el dislate más absoluto. Nunca, o al menos por ahora, llegaremos a poder ver qué demonios fraguó Jerry Lewis en esta película. Quizá para bien que así sea.


Amamos a Lovecraft.

Continuamos con H. P. Lovecraft: los sujetadores malignos, donde se juega con la posible autoría de Lovecraft de un relato sicalíptico, Yo usaba el sostén de la perdición. Un título semejante justifica cualquier diatriba que se precie. En los repasos o recorridos por las obras de autores escogidos el talento del señor Wolfville se muestra en verdad excepcional. Los dedicados a las piezas fantásticas de Pedro Antonio de Alarcón y el japonés Ryûnosuke Akutagawa así lo confirman, como también lo hace el protagonizado por Bram Stoker, su novela La guarida del gusano blanco (The Lair of the White Worm, 1911) y su relato El invitado de Drácula (Dracula’s Guest, 1914). ¡Me ha hecho replantearme seriamente una relectura desde otro punto de vista de La guarida! O el apasionado e intenso estudio centrado en el Ripley de Patricia Highsmith, que ha conseguido ruborizarnos por no haber empezado ya mismo a leer las cinco novelas por él protagonizadas. Si bien mis predilectos de este grupo sean los dedicados a los mundos fantásticos creados por las hermanas Brontë (y su hermano Branwell) de Angria y Gondal y el de Richard Matheson, un homenaje a la altura del genial escritor norteamericano.


Las hermanas Brontë
(de LA CASA VICTORIANA, otro magnífico blog)

Unas emocionantes líneas a propósito de la muerte de Ray Bradbury y el extenso artículo Inocencia seducida: Fredric Wertham vs. los superhéroes, éste acerca del siniestro psicólogo que asestó un golpe de muerte a los cómics en los años 50, son otras dos gemas de las aquí recogidas. Aunque la historia de Wertham es bien conocida, me ha encantado de manera especial el tratamiento de Wolfville sobre este oscuro affaire, uno de esos ensayos que iluminan y dan luz allí donde otros se estrellan contra el lugar común y lo mil veces repetido. Con un par de divertidísimos y salvajes artículos analizando dos películas de temer con mayúsculas (el Drácula versión Jesús Franco y el panfleto terrorífico-cristiano-fascista nacido de la mente enferma de Ron Ormond If Footmen Tire You, What Will Horses Do?) llegamos casi al final del libro, que no estamos repasando por el orden en el cual aparecen en el mismo, por lo que el último que comentaré no es el último que leímos. Y éste no es otro que un sensacional Top Ten Vintage, una maravillosa relación de lo mejor del año 1912 planteada justo cuando cien años después, en el 2012, comenzaban a pulular por internet las listas habituales señalando los diversos eventos más importantes de los doce meses perdidos.

Se nos ha antojado brevísimo este volumen recopilatorio, apenas un rápido vistazo al mundo según Lord Michaelus Wolfville III, pero ha sido un gran placer haber tenido la oportunidad de pasearnos por sus luminosas avenidas una vez más. Lo seguiremos haciendo, por supuesto, desde las autopistas de la red, pero confiamos en que bien pronto podamos de nuevo acceder a él desde nuestras veneradas páginas de papel.





WOLFVILLE, Miguel Ángel. El carnaval de Wolfville. GasMask Editores, 2014. 107 p.  

martes, diciembre 02, 2014

La última aventura de Sherlock Holmes (1978), de Michael Dibdin



Parece ser, sin temor a equivocarnos demasiado, que La última aventura de Sherlock Holmes (The Last Sherlock Holmes Story, 1978) de Michael Dibdin es uno de los pastiches más odiados por los fans del famoso detective consultor. Esto ya hace de entrada que nos resulte simpático. No puedo evitarlo: cuando todos odian (aunque hay excepciones: el gran Alberto López Aroca en su monumental Sherlock Holmes en España la reivindica un tanto) algo, no puedo evitar un sentimiento de calidez y reconocimiento. ¡A mí también me odia mucha gente! ¡Nadie nos comprende! (Etc.) Pero dejando a un lado este cariño entre hermanos, la verdad es que la novela de Dibdin no es ninguna maravilla. Se deja leer, ofrece una buena ambientación y una lograda atmósfera a ratos, pero nos entrega una historia que exige demasiada suspensión de la incredulidad, en especial en su tramo final, ése en el cual determinado personaje tiene a dos palmos frente a sí a otro y es incapaz no sólo de reconocerlo, sino que lo toma por un archiconocido villano. Esto resulta tan ridículo, por muchas páginas que mal que bien Dibdin haya dedicado a hacérnoslo creíble (valoramos su dedicación, y creedme que hay veces en que se siente el sudor provocado por el esfuerzo entre párrafo y párrafo), que consigue que la gamberra y desmitificadora idea central del libro no importe demasiado.

Dibdin cumple a rajatabla con el canon pastichero holmesiano: todos los objetos del 221 B de Baker Street, todas las manías de Holmes, las costumbres de sus protagonistas (¡esos desayunos!), los personajes… En fin, todo el listado habitual que Arthur Conan Doyle fue distribuyendo a su buen albur en sus relatos de Holmes recopilado sin piedad y lanzado al lector con la esperanza de que esto refuerce la idea de encontrarnos inmersos en una aventura de Holmes. Otro que gana la batalla de ese concurso de “a ver quién sabe más sobre Sherlock en esta sala” que, al menos a mí, me aburre a muerte cuando el guiño se convierte en golpe en la cabeza. A su favor, hay que alabar las muy conseguidas descripciones de los barrios de Whitechapel en la noche londinense, sus callejones como laberintos diseñados por el mismo demonio y la espesa y fría niebla que se arrastra con la misma fuerza del mal.

En conjunto, la novela muestra un tono serio y circunspecto que no casa bien con lo delirante de la propuesta. Dibdin avisa desde el principio que esto será así con la reproducción de la anécdota de Doyle cuando le contestó al actor William Gilette, ante le petición de éste de introducir una trama amorosa en su adaptación de Holmes a los escenarios, “haga con él lo que quiera”. Y justo eso es lo que nos trae aquí Dibdin: su forma de cumplir con creces el deseo de Doyle. Pero su descarada (y en principio divertida) anécdota casi seguro que hubiera funcionado mejor si en lugar de formalmente haber intentado ser tan fiel al canon holmesiano (el de las obras firmadas por Doyle) se hubiera lanzado sin red a contarnos lo que con los ojos como platos acabamos descubriendo. Como platos digo no por el secreto que se nos desvela, sino porque tenemos que creernos que Watson es capaz de quedarse dormido de pie durante dos horas en mitad del callejón más miserable y sórdido de Whitechapel en el momento más importante de la novela. Una vez más (como ya ocurriera en la inferior a ésta que nos ocupa Adiós,Sherlock Holmes), encontramos un exceso de contención en un pastiche que pide a gritos locura, delirio, desmadre y diversión.

Hay que reconocer, también, que juega un poco en contra el que haya momentos en los que nuestros héroes resultan irreconocibles. ¡No se trata solamente de tocar el violín, inyectarse cocaína, ser un antipático imposible y que guarde su tabaco en una babucha persa para tener ante nosotros a Sherlock! O un Watson tan desconfiado desde el principio de su eterno compañero. No hubiera pasado nada si el tono elegido por Dibdin hubiera sido otro, pero optando por la extrema seriedad todo esto nos chirría. Es en definitiva, pese a esto, una lectura muy entretenida, al menos hasta el tedioso, extenso y algo tontuelo desenlace en Reichenbach, en el cual la novela se viene abajo y se echa en falta el riesgo en su composición que Dibdin sí muestra en su desafiante argumento.

Y sí, sale Jack el Destripador, no es un error de la ilustración de portada, pero de este pobre sí que se burlan un rato…

DIBDIN, Michael. La última aventura de Sherlock Holmes. Traducción de Carlos Gardini. Madrid: Valdemar, 1993. 203 p. Los archivos de Baker Street; 12. ISBN 84-7702-082-5.