lunes, julio 28, 2014

Los cinco frascos (1916), de M. R. James



El erudito Montague Rhodes James (1862-1936) es recordado hoy más que por sus ensayos sobre manuscritos medievales y su correspondiente clasificación por sus modernos cuentos de fantasmas. Modernos porque él introduce en la tradición de los cuentos de fantasmas clásicos, tanto los primitivos góticos como los aún para él no muy lejanos victorianos, de manera definitiva los ambientes y espacios cotidianos y de tiempo presente en ellos, un poco siguiendo la estela de su admirado Joseph Sheridan Le Fanu, alejándose de los entornos siniestros habituales aunque sin renunciar del todo a los mismos. En James una iglesia medieval o un pergamino antiguo son objeto de estudio o análisis, como él hiciera en la vida real, para a través de ellos o por su intermediación introducir el elemento espectral, le sirven de pie de entrada para, nunca sin una buena dosis de sentido del humor, llevarnos ante las presencias fantasmales. Es toda una alegría, casi una celebración (yo al menos así me lo he tomado), descubrir que al fin se edita en español uno de sus escritos inéditos. Y no una de sus colecciones de comentarios a los citados manuscritos medievales, a las que no nos importaría echarles un ojo, cuidado, sino un relato fantástico en toda ley. Aunque adscrito a esa tradición que toma el cuento popular, el folclore y el cuento para niños como marco, James nos deja aquí una novela bien breve en la que la fantasía y el horror se hacen compañía con la maestría y la elegancia habituales en el que sin duda es uno de nuestros autores favoritos de cuentos de fantasmas.

Los cinco frascos (The Five Jars, 1916, aunque no es publicado hasta 1922) adopta la forma de una carta que el propio James escribiera a su pupila en la vida real Jane MacBryde. Es maravilloso el tono bucólico y feérico que mantiene en sus páginas, entrelazando a la perfección lo fantástico con ese ya comentado humor con el cual James sabía impregnar de forma tan magnífica sus historias. El inicio es toda una delicia, con ese protagonista (James) paseando y perdiéndose entre la floresta y los umbríos bosques persiguiendo el rumor y la llamada de las aguas, emparentándose en forma e intenciones con los mejores relatos del romanticismo alemán. Un arroyo que se torna pletórico de vida y que guía al narrador a lo más profundo de su fuente, un manantial cristalino rodeado de ancianos robles que encierran un misterio portentoso. El cuento de hadas se torna en sus manos en una experiencia arrolladora donde lo imposible deviene realidad.

A partir de aquí conoceremos, con una narración en primera persona que favorece el tono de confesión en voz baja, de secreto compartido pues no de otra cosa se trata, estamos leyendo una carta, la que James aparenta escribir a su joven protegida, cómo el protagonista pudo conocer a la gente menuda, a las Criaturas Afables y a sus contrarios las Criaturas Aviesas, y cuál es el secreto de que pueda comunicarse con los animales, los ríos, las plantas del bosque y los árboles, siendo un pequeño lago o manantial, en la más pura tradición fantástica popular, el origen de los prodigios o cuando menos la fuente de ellos. Pero este mundo maravilloso y encantado también cuenta con su contrapartida maligna: son las mentadas Criaturas Aviesas quienes protagonizarán los momentos más terroríficos y escalofriantes en su deseo de arrebatar a James los cinco frascos mágicos. La progresión detallada, noche a noche, de cómo el autor va ingiriendo el contenido de los diversos frascos que le llevan y lo introducen cada vez más en ese mundo paralelo donde lo fantástico está más lleno de vida que nuestro cotidiano quehacer y lo que va aconteciendo en ellas, los descubrimientos, las amistades nuevas que hará y los enemigos desconocidos que lo acecharán, está narrada con una naturalidad que, perdonadme que lo diga de forma tan torpe, pareciera sobrenatural. Las grises columnas de niebla que avanzan en la noche arrastrándose hasta la casa del narrador para intentar arrebatarle los frascos, o el impresionante ataque de la bola de murciélagos en una lucha sin cuartel entre James y sus nuevos y jóvenes aliados, son dos de los más celebrados, con razón, capítulos en esta pequeña novela que no sólo nos habla de prodigios, sino que ella misma lo es por su perfección.


A modo de continuación de Los cinco frascos se incluye el relato El campo de juegos después de anochecido (After Dark in the Playing Fields, 1918), de nuevo con un búho como figura guía al mundo fantástico, rebosante de sabiduría ancestral y un divertido carácter malhumorado como corresponde al de un sabio que fuera interrumpido en sus reflexiones. Este relato muestra un aspecto más oscuro y adulto que el de Los cinco frascos, pero resulta muy afín a los momentos más siniestros y espeluznantes de éste. En su estructura básica ambos son semejantes, y ambos son herederos de tantos y tantos cuentos e historias provenientes de la tradición fantástica: el del caminante solitario que se topa de improviso con lo increíble.

James impregna este último relato de continuas referencias a El sueño de una noche de verano (1595) de William Shakespeare, no puede evitar su querencia más clásica y erudita, pero como nos comenta Óscar Mariscal (autor de esta traducción que no podemos dejar de definir como modélica) en sus no menos eruditas notas, en Los cinco frascos no hace sino posicionarse junto a otras fantasías infantiles que los adultos disfrutamos por igual: el clásico indiscutible que es Alicia en el país de las Maravillas (1865), de Lewis Carroll, o esa otra maravilla sin parangón que es Los niños del agua (1863), de Charles Kingsley. Acompañada de las ilustraciones de Gilbert James que iluminaban la edición de 1922, sólo podemos recomendar este libro absorbente, mágico y maravilloso. Su lectura ha calado hondo en este oscuro lector, y por eso no puedo sino instaros a que dejéis de lado cualquier otro libro que estéis leyendo, siempre habrá tiempo para ellos, y os detengáis en esta pieza exquisita y fulgurante que esplende como una pequeña semilla en el fondo de un manantial prodigioso.


JAMES, M. R. Los cinco frascos. Ilustraciones de Gilbert James; traducción y notas de Óscar Mariscal. (Córdoba): Berenice, 2014. 149 p. Los libros de Pan. ISBN 978-84-15441-49-6.  

viernes, julio 25, 2014

Puertas (1988), de Gene Wolfe


“¿Habría fuego en el purgatorio? No, el fuego era en el infierno.” (p. 105)

Fui avanzando en la lectura de Puertas (There Are Doors, 1988) como entre bloques de hielo, los mismos por los que escala el protagonista de la novela cuando debe acercarse a la playa que se extiende frente al hotel de la extraña ciudad donde se hospeda en su deseo de contemplar un mar que no pertenece a este mundo. Gene Wolfe comenzó tal que ésta fuera una de sus obras más asequibles tras el evidente esfuerzo de la monumental (por excelsa, no por su número de páginas) pentalogía El Libro del Sol Nuevo (1981-1987), pero no. Después de unos primeros capítulos en los que pareciera que nos movemos por tierras familiares, o cuando menos comprensibles, enseguida abordamos puertos complejos y enrevesados donde la potencia de las imágenes sugeridas por Wolfe nos impactan y desconciertan por igual. Da la sensación de que nos permitiera aferrarnos a un evanescente hilo argumental para arrastrarnos a una vorágine que no deja de avanzar paralela a la que padece el protagonista, el señor Green. Nos ciega e hipnotiza y seguimos adelante confusos y fascinados, sin saber bien hacia dónde nos dirigimos pero consiguiendo que esto nos dé igual. Sólo debemos disfrutar (y sufrir) el viaje.

Puertas parece ser un libro muy odiado por los aficionados a la fantasía, lo que hace que le tenga más cariño del que ya por sí le iba profesando según lo leía. Ojo, que entiendo este rechazo generalizado: no es una lectura fácil. Pero yo me lo he pasado de escándalo con esta rareza excepcional de un escritor al que admiro profundamente. En esta ocasión narrando una búsqueda desesperada a través de universos paralelos a los cuales se puede acceder, como se nos indica en el título, a través de puertas dimensionales que, no sé todavía si para bien o para mal, son difíciles de localizar, tratándose más de suerte o casualidad que de una certera posibilad el poder atravesarlas. Como es lo normal tratándose de Wolfe, el texto está atravesado y enriquecido por multitud de referencias de todo tipo. No es la locura referencial e inabarcable que encontramos en la saga del Sol Nuevo, pero estamos nadando entre las aguas de una realidad tan irreal como la que nos mostrara en ésta. Sin su grandeza: el Sol Nuevo es, a mi gusto, una de las más poéticas, sorprendentes y mayestáticas obras maestras que nos ha dejado la fantasía (y no sólo de la fantasía, quienes la hayan leído lo saben). La de más difícil acceso, pero sin duda una de las más gratificantes y poderosas del género.  

Quizá la referencia más evidente en Puertas sea la que se hace a la novela El castillo (Das Schloß, 1926), la genial novela que Franz Kafka dejara inconclusa a su muerte. De manera directa, encontrando el protagonista un ejemplar en alemán del mismo y con la aparición de un personaje llamado Klamm, siendo estas dos quizá las más superficiales. Una tercera y más profunda es que tal vez (y disculpad mi imprecisión, pero tratándose de Wolfe siempre existe el temor de quedarse uno corto en las interpretaciones) pudiera ser Green un moderno agrimensor K. perdido en un mundo que no entiende en el cual busca incansable a una persona que se nos antoja inalcanzable. Aquí se trata de una joven con la que Green, en el mundo “normal”, el que conocemos o identificamos como nuestro, estaba manteniendo una relación. Justo acababa de conocerla cuando, al atravesar una de las puertas del título que llevan a ese otro universo paralelo o quizá imaginado, la perdió. Una de esas puertas que desde el magnífico relato de H. G. Wells La puerta en el muro (The Door in the Wall, 1911), los amantes del género fantástico conocemos tan bien.  


No se trata, claro está, solamente de que Green pase por un portal a otra realidad, otro mundo o universo paralelo como hemos indicado, ni tan siquiera a muchos o a una sucesión de ellos. Esto sería lo normal o lo que cabría esperar de un relato de este tipo. Y lo normal o lo cómodo es enemigo de la obra de Wolfe. La sensación en algunos tramos de la novela es que llega un momento en que cada vez que los ojos de Green miran o se detienen en algo, lo que éste ve se asemejara a flashes o imágenes de aquello que observa, pero de forma enloquecida, alterado por su mente, sin orden aparente ni lógica conocida alguna. Todo se transforma en un carrusel continuo de visiones que en tres frases nos lleva a atisbar universos que otros autores desarrollarían y nos detallarían en varios tomos. Tal es así que nuestro protagonista cree estar soñando todo el tiempo, pues piensa que estas visiones y alucinaciones forman parte de fugaces sueños. El lector duda: Green, tanto en el mundo conocido como en el otro, acaba dando con sus huesos en sendas instituciones para enfermos mentales. Hay un conseguido tono de vigilia, de fantasmagórico duermevela que me ha parecido subyugante y maravilloso.

Algunas otras referencias. Una podría ser que la muñeca viva que lleva Green en un bolsillo durante casi toda la novela, Tina, consista en una broma privada (o no) con el episodio 6 de la temporada 5 de la serie The Twilight Zone (1959-1964), Living Doll (1963, dirigido por Richard C. Sarafian y con guión de Charles Beaumont), cuya coprotagonista, una muñeca llamada Talky Tina, se enfrentaba a un atormentado Telly Savalas mientras aquélla le espetaba una aterradora e inolvidable frase: “My name is Talky Tina and I’m going to kill you.” Otra: hacia el final de la novela se nos desvela el nombre completo de Green: Adam K. Green. No hay sorpresas en reconocer en él esa kafkiana K. Otra más: a Antinea, la mujer fatal por experiencia, como nos diera a conocer Pierre Benoit en su fantástica novela La Atlántida (L’Atlantide, 1919). Por último, Wolfe incluye un cuento que ignoro si es de su autoría o se trata de una adaptación: el de Jacob y Joseph en la Selva Negra. Pero por muchas obras ajenas que se traigan a colación, vengan a propósito o no, lo que de verdad importa es la novela de Wolfe en sí misma. Y Wolfe, cuando menos lo esperábamos, cierra y deja clara su historia en el desenlace de la novela (sí, lo habitual en otros aquí también es sorprendente). Todas las explicaciones se nos aparecen diáfanas, con emoción y transparencia, y si bien no alcanza las cotas de maestría absoluta de su Sol Nuevo sí que acaba resultando una novela excelente digna de su autor.

WOLFE, Gene. Puertas. Ilustración de portada de Michael Whelan; traducción de Celia Filipetto. Barcelona: Martínez Roca, 1994. 282 p. Gran Fantasy. ISBN 84-270-1826-6.