miércoles, julio 17, 2013

EAM # 43: La guerra de los mundos, de Byron Haskin (1953)


Parece que hubieran pasado siglos desde que escribiera este artículo para la página de cine El antepenúltimo mohicano, pero no. En cualquier caso, aquí está mi comentario a esta fantástica película, La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953), una producción de George Pal dirigida por Byron Haskin, dos genios con una cantidad magnífica de maravillosos y extraños títulos en su haber. No siempre muy apreciados por los amantes del género fantástico, quizá porque siempre huyeron del elitismo y buscaron hacer películas para todos los públicos, sobre todo Haskin, un artesano que venía del departamento de efectos especiales capaz de dirigir clásicos como La isla del tesoro (Treasure Island, 1950) y Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, 1954) o rarezas fascinantes como Robinson Crusoe de Marte (Robinson Crusoe on Mars, 1964) y El poder (The Power, 1968). De manera especial, suele ser muy poco valorada esta adaptación de la obra maestra de H. G. Wells, una obra que a mi gusto es una de las grandes cimas del cine de ciencia ficción, y si bien no alcanza la profundidad de la misma novela o de otras películas con las que comparte género, sí que posee grandes momentos, inolvidables secuencias que a día de hoy se pueden considerar modélicas por su realización y geniales por su capacidad de generar pura emoción. 

Podéis leer el artículo




Y qué decir de las naves marcianas: ¡jamás las ha habido más alucinantes!



La secuencia en la que los marcianos acosan a la pareja protagonista en la cabaña abandonada es una delicia, un ejemplo perfecto de tensión y terror.



Jeje, los marcianos apenas si los podemos entrever, otro gran acierto de la peli. Por si os despistáis viéndola, aquí tenéis a uno de ellos. El pobre parece más asustado que los humanos.



Todas las escenas de la ciudad desolada por el ataque marciano son sensacionales. ¡Cuántas películas apocalípticas habremos visto y qué pocas igualan estas imágenes! Igualar digo, que copiarlas, muchas.




Y esas escenas de la ciudad siendo arrasada por las naves espaciales de otro mundo... ¡Si no disfrutáis y sois felices con esto, de verdad que no entiendo qué hacéis visitando este solitario blog!


martes, julio 09, 2013

Adam Surray: nunca dejes tu cabeza muy lejos de ti



Jamás había leído nada de Adam Surray. Ya sabéis que me encantan las novelas y relatos con cambios de cabezas y cerebros que van de aquí para allá a una velocidad que ni que estuvieran escapando de algo. Así que no he visto mejor manera de adentrarme en sus libros que uno con tan irresistible y atrayente título: ¡Devuélveme mi cabeza! (1980). Un auténtico diez que da lo que promete: locura, horror y dislate todo en uno. Porque creedme que he disfrutado como un loco con este pequeño bolsilibro. Y eso que nada más empezar creí haber topado con el mismo Joseph Berna, el rey del punto y aparte: frases de una palabra que dan a las páginas una configuración de lo más curiosa, casi parecieran listas de la compra antes que propiamente un texto narrativo. Tal es así que no solo en las formas asemeja ser un trasunto de Berna, sino también en cómo está tratada la trama y sus ambientes y localizaciones. La historia comienza en un club de striptease con sus tres primeras páginas dedicadas a cómo una chica se desnuda en público ante una horda de hombres que más parecen bestias. Con detalle, de manera pormenorizada, se nos va contando cada movimiento de su cuerpo, cada prenda que se quita, las reacciones del público… El sexo tratado como en una película clasificada S, salvo que en este caso el softcore resulta de una ingenuidad desarmante. Solo falta el exacerbado humor, uno nunca sabe si pretendido o involuntario, de Berna. Pero enseguida veremos que Surray (digamos ya que su verdadero nombre es José López García, más hispánico no cabe) se aleja de este no en el estilo, que continúa imperturbable, sino en el tratamiento y la atmósfera de su narración. Perdón, no tan “enseguida”, porque las páginas siguientes a la introducción en el club nocturno están dedicadas a contarnos el polvazo del siglo, pero bueno, al menos ya empieza a adelantar la trama de terror. No por el polvazo, sino por una conversación entre los dos protagonistas del mismo. Y es que la chica del striptease, Debra Segal, que se pasa todo el tiempo que está en escena desnuda o semi desnuda, le cuenta al protagonista (Steve McLeod) que ha visto con vida a una amiga común (Elizabeth) la cual murió en un brutal accidente de tráfico dos meses atrás. Steve no la cree, por supuesto, pero Debra le enseña unas fotos que hizo dos días antes de la conversación y Steve el súper tío duro da trazas de ceder. Va a resultar que sí, que Elizabeth la muerta está viva. Y es entonces cuando Surray empieza a tomarse en serio la novela. Asistimos entre aterrados y alucinados a un terrible y despiadado asesinato que, en serio, consigue horrorizar por su violencia y desnudez (de hechos, que de ropa también). Debra es negra, y el racismo del criminal no puede ser más estomagante. Conciso, explícito sin llegar a lo gratuito, Surray logra mantener a partir de este momento un excelente tono de relato entre lo violento (la policía gusta de usar esos métodos que ya conocemos tan bien de primero golpear y preguntar después, aunque a veces ni preguntan) y el suspense (el ataque a Steve y a su nueva novieta Samantha en el depósito de cadáveres, del que todavía se desconoce su propósito, que supone una sorpresa tanto argumental como narrativa, pues Surray no deja a un lado la tensión que puede provocar un buen momento de acción localizado en un recinto pequeño y cerrado).

La novela avanza con buen pulso hasta casi el final, donde asistiremos al gran momento en que el pastel quedará descubierto, doctor loco incluido, y con personas que caminan con las cabezas de otras, cosa que reconozco que siempre me encanta. No alcanza las cotas de locura del gran Lou Carrigan, pero no le va a la zaga. El desenlace, ay, es precipitado: Steve se quita a todo el mundo de en medio con demasiada facilidad, aunque esto es un mal menor. Hasta aquí todo ha sido emoción y tensión dignas de la mejor serie B. Con ella comparte sus más que claros y evidentes defectos: el estilo entrecortado y la precipitación. Pero en conjunto es una obra más que disfrutable. Y de paso el autor deja claro, en boca de su protagonista Steve, que lo suyo no es Shakespeare sino James Hadley Chase y Mickey Spillane. Permitirse una declaración de principios en una novela de bolsilibro, la compartamos o no, siempre gozará de nuestro afecto.


En Las brujas de Woodsville (1981) ya se percibe el alejamiento de Surray de las formas de Joseph Berna, aunque algo queda. El ricachón Jeffrey Sutton pasa unas vacaciones en su yate con un amigo y dos chicas que, como ya os lo podéis imaginar, tienen serios problemas por permanecer vestidas. Enredando por aquí y por allá el caso es que encuentran en el fondo del océano cuatro cajas alargadas unidas en forma de cruz. Sacan el armatoste a las arenas de la playa y al abrir las mentadas cajas hallan en su interior cuatro ataúdes, dentro de los cuales hay cuatro cuerpos decapitados, tres mujeres y un hombre. No está nada mal este inicio, que al menos promete algo de desquicie pues estamos en California, lugar idóneo para el surgimiento de todo tipo de sectas adoradoras del Diablo. Porque no otra cosa son los dichosos cuerpos: los fundadores de la tenebrosa secta de los Adoradores de la Sangre, cuyos cadáveres incorruptos son motivo de peleas y robos pues los actuales miembros de la secta los quieren recuperar. Así los roban, con el nada sorprendente deseo de devolverlos a la vida con los habituales ritos satánicos. Robert Badham, el típico brujo de pandereta, es el nuevo líder, un trasunto de tantos Crowley y Lavey como pululan por esas costas y que tanta admiración provocan en algunos. Yo me quedo con este Badham, que al menos es más divertido, dura como malo un aliento y tiene poderes de verdad. No sé de qué le valen si, como ya he dicho, lo liquidan con una facilidad pasmosa. Surray demuestra haberse documentado sobre brujería, quizá lo justo, sí, pero suficiente para hacer creíbles y peligrosas las actividades mágicas y satanescas de la secta. Lástima que todo se desmorone en un precipitado final en el que además los protagonistas del lado “bueno” reciben una ayuda casi más milagrosa que la Mano de Gloria de los diabólicos. Entretenida y ágil, apunta maneras aunque no termina de arrancar en condiciones. Justo cuando empezamos a paladear lo bueno, esto es, los malos en acción, va y se acaba.


La llamada de los muertos (1983) nos presenta a un Adam Surray que parece haber depurado un poquito su estilo. Las frases son más largas y ya no se suceden los puntos y aparte a lo bestia, aunque ahí están pertinaces. No es mucho, vale, pero está bien si el arranque de la novela es tan encantador como lo es en esta ocasión. Una joven pareja de recién casados retorna de su viaje de luna de miel en coche. Este sufre una avería, está anocheciendo y solo les queda avanzar hacia Wardsville, un pueblo perdido en ningún lugar precedido por un inmenso cementerio sin muros a su alrededor. Sus tumbas llegan hasta la misma carretera. Sopla el viento golpeando los árboles, pero los oscuros cipreses del camposanto no se agitan, permanecen petrificados, más tiesos que los cadáveres en sus tumbas. Bueno, esto último es un decir, ejem. El automóvil se detiene definitivamente y deben abandonarlo penetrando a pie en el villorrio. El cementerio queda atrás, pero es entonces cuando, de forma increíble, desde él les llega un lamento, una llamada: “¡Gladys!” ¡Y Gladys es el nombre de la joven esposa! Dos capítulos iniciales que, con todos sus maravillosos tópicos, suponen una buena y atmosférica introducción.

Los verdaderos protagonistas no aparecen hasta la página 23: Janice Holm, la hermana de Gladys que está buscándola, el detective privado Adam Bruckman, contratado por esta, y la secretaria de Adam, Mariam Scott, un bombonazo que se pasa casi todo el tiempo que está viva en la novela o en la bañera o fuera de ella a punto de entrar o justo al salir. Vamos, que con ropa apenas si la podremos imaginar. Casi todo el desarrollo de la trama consiste en la búsqueda del matrimonio desaparecido, dejando notar Surray los gustos literarios que expusiera en ¡Devuélveme mi cabeza! Solo hacia el final la cosa se pone algo locuela, con un monstruoso matrimonio que vive en lo más profundo de una cripta bajo el cementerio de Wardsville. Han formado una simpática secta, la secta de Shakan (no el Shazam del Capitán Marvel, parece), un demonio al que se adora con violaciones, aberraciones sexuales y canibalismo del más salvajote. Vamos, el lote habitual. Con una buena paliza a los malotes y el bueno de Shakan destruyéndolo todo nos plantamos en el final. Entretenida y correcta, en resumen, si bien falta algo de chispa.


Por lo que estoy comprobando, en las novelas de Adam Surray todas las chicas tienen algún rasgo felino, son esculturales como “diosas del Olimpo”, la ropa es algo que debe quemar como el fuego por lo que les molesta estar con ella puesta y tienen los labios “gordezuelos”, húmedos y lujuriosos. Elissa Scott, la que abre fuego en El siniestro doctor Sternberg (1984), también. Ella y su noviete Fred Bottoms son dos rateros que están en problemas. La policía y el rey del hampa, Paul Hawkins, los persiguen sin descanso. Elegir la mansión del doctor Sternberg como el lugar de su próximo golpe quizá les ayude a dejar de huir: los muertos no pueden correr, jajaja (risas maléficas). Pero cuidado, que aunque yo esté aquí haciendo chistes malos no significa que no me haya gustado esta novela de Surray. De hecho, es la que más me ha gustado de las cuatro, y no solo eso: me ha parecido de verdad sensacional. Un puro disfrute, una novela reivindicable cien por cien. Bueno, algo menos porque… Pero iré por partes, que si no nadie me va a creer (como si alguien fuera a creerme explicándome mejor, ay, qué iluso).

En el tramo inicial, tras la presentación de Elissa y Fred y su rocambolesca situación, bien expuesta pero nada original si os gustan las películas y las novelas de serie negra porque os habréis topado con escenas semejantes cientos de veces, otro detalle que delata los gustos literarios de Surray confesados por él mismo, pasamos casi sin respiro a la tensa narración de la incursión de Elissa por la mansión de Sternberg buscando un botín. No resulta brillante, pero sí eficaz: con gran sencillez ya nos adelanta el escenario macabro en el que tendrá lugar el desenlace de la historia. Las referencias a los mitos del terror más clásico se suceden: el Frankenstein de la Universal se cita como ejemplo para describir el tipo de laboratorio que posee el doctor Sternberg, este es una especie de doctor Moreau y tenemos un periódico que se llama Zaroff. Son detalles simpáticos y quizá no muy importantes, pero a los amantes de lo fantástico nos resultarán agradables más que nada porque no es otra la intención de Surray. Lo que sí nos parece fascinante es cómo el autor nos adelanta qué personajes van a ir muriendo asesinados de manera horrible, jugando así más con el suspense que con la sorpresa. Toda una apuesta narrativa que, además, no va a ser la única que nos va a deparar este gran bolsilibro.

El hampón Hawkins hace su entrada y descubrimos a un personaje genial, a un malo de impacto con el honor de resultarnos en verdad desagradable. Su venganza sobre Fred es brutal, con sus matones apalizándolo a muerte mientras él permanece sentado bebiendo champán celebrando el espectáculo. Surray demuestra un pulso literario excelente, pero la cosa va a mejor con el ataque de unas tremendas ratas-perro a un par de matones y cómo el siniestro doctor Sternberg resulta de lo más simpático ante la locura homicida de la pandilla de gángsters. Aquí no acaba la cosa, porque Surray nos va sacudiendo guantazo tras guantazo, muerte tras muerte: ¿pero quién demonios es el protagonista en esta historia? ¡Todos van muriendo casi según van apareciendo! Me resulta magnífica la idea de que no haya protagonista real. El protagonismo pasa de un personaje a otro a ritmo endiablado sin dejar títere con cabeza. El mismo Sternberg, ante nuestros alucinados ojos, cae en este baño de sangre y violencia tan disparatado como genial. Uno de los hampones, Perry McNicol, es quien lo asesina mientras exclama: “¿Acaso estás ya en el infierno?” Y esto porque, mientras Sternberg muere entre sus manos, “(…) era tal el demoníaco destello en aquellos ojos desorbitados que, ciertamente, parecía como si Sternberg hubiera cruzado los umbrales del Averno.” (p. 64) Si pensáis que os estoy destrozando la trama, pensad que no cuento nada que antes no anuncie el propio autor: no hay sorpresas salvo la de que todo el conjunto es una sorpresa.

En la página 65 Eddie Hackford, un escritor de novelas de denuncia, toma el relevo. Poco después se unirá a él la misteriosa Kathryn Streep (no la Meryl, creo). Como sustituto de Sternberg tenemos a Allen Warden, un doctor aún más loco que el primero: este sí es ya un desatinado y enloquecido Moreau. Ha pasado años en un manicomio, el científico de serie B perfecto, y McNicol y los suyos lo han reclutado para sustituir al doctor cuyo nombre figura en el título de la novela y que hemos visto pasar ante nuestros ojos como un bólido. “Allen Warden mesó sus cabellos. Era un individuo de ojos saltones. Unos ojos que acusaban un sempiterno destello demente.” (p. 77) Parece increíble que estemos casi en el final, pero al llegar descubrimos que el desenlace es brutal. Y con más referencias clásicas, en esta ocasión al Jekyll y Hyde de Stevenson. Sobra el epílogo, que incluye una bochornosa nota machista, pero hasta ahí podemos considerar esta novela de Surray como excelente: enloquecida, delirante y salvaje, es una perfecta muestra de pulp patrio que nada tiene que envidiar al de otras latitudes. Incomprensible, eso sí, qué demonios pinta la novia del monstruo de Frankenstein en la portada, quizá el ilustrador se excedió al querer mostrar el parecido entre los laboratorios de los dos doctores, pero dejando esto aparte, El siniestro doctor Sternberg me ha hecho disfrutar como un loco. Un bolsilibro que rompe muchos de los esquemas habituales impuestos por la propia editorial a sus colecciones y que supone toda una delicia para los degustadores de las más esquinadas y menos preciadas obras de la literatura fantástica.  


SURRAY, Adam. ¡Devuélveme mi cabeza! Ilustración de portada: Miguel García. Barcelona: Bruguera, 1980. 95 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 396. ISBN 84-02-02506-4.

SURRAY, Adam. Las brujas de Woodsville. Ilustración de portada: Bernal. Barcelona: Bruguera, 1981. 95 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 442. ISBN 84-02-02506-4.

SURRAY, Adam. La llamada de los muertos. Ilustración de portada: Desilo. Barcelona: Bruguera, 1983. 93 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 531. ISBN 84-02-02506-4.

SURRAY, Adam. El siniestro doctor Sternberg. Ilustración de portada: Pujolar. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Bolsilibros Bruguera, Selección Terror; 584. ISBN 84-02-02506-4.