domingo, agosto 20, 2006

Al otro lado de la montaña (1963), de Michel Bernanos


(Hace tiempo comenté este sobrecogedor relato en un foro de literatura. Esto fue lo que escribí. Me resulta gracioso ahora cómo, tras párrafos y párrafos tratando de dilucidar su misterio, en las dos últimas líneas me fijo en lo obvio y creo dar con la solución.)


Voy a explicar qué sensaciones me produjo este relato y tratar de desentrañarlo un poco, pero aviso que no sé qué diablos es la dichosa isla en la que se alza esta extraña montaña. Y quizá dé igual, pero me decanto por...

Iré mejor por partes. Ni que decir tiene que se aproximan SPOILERS a mansalva.

A modo de brevísimo resumen, comenzaré indicando que Al otro lado de la montaña (La montagne morte de la vie, 1963) narra las aventuras de un joven que se enrola en un barco. Allí sufrirá la dura vida del marino en un navío gobernado por un capitán despiadado y brutal. Tras diversos acontecimientos, nuestro héroe irá a parar a una isla extrañísima en la que se eleva una montaña incomprensible. Como relato de aventuras (siniestras, pero aventuras), me parece sensacional. Toda la primera parte (que no coincide con la separación que hace Bernanos, sino que llega hasta el capítulo 5), dedicada a narrar el día a día cotidiano a bordo del barco, no digo nada nuevo si pensé en Poe y en sus relatos Narración de Arthur Gordon Pym (The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket, 1838) y Un descenso al Maelström (A Descent into the Maelström, 1841), o bien en Conrad con sus Tifón (Typhoon, 1902) y El negro del Narcissus (The Nigger of the “Narcissus”, 1897): se exponen situaciones de pesadilla en el mar semejantes a las de Bernanos. Así mismo la violencia de la vida marinera también es algo cercano a Conrad, salvo que en este la violencia no es tan directa, pero no por ello menos sórdida y dura (una isla simbólica y que se torna infernal, pero lejos de los parámetros de la literatura fantástica, la tenemos en Victoria (Victory, 1915) de Conrad: un horror más existencial, otro lugar del cual escapar de la maldad, en este caso humana, es imposible). De estos inicios del relato de Bernanos me quedo con el impactante momento de angustia indecible en el que el protagonista abre los ojos al ser pasado bajo la quilla sufriendo un castigo, o cuando después de la masacre caníbal y el caos de la tripulación caen las primeras gotas de lluvia y el protagonista le pregunta a Toine, otro marinero, quién gobernará el navío: "El miedo", responde. Estremecedor.


El relato está concebido como una historia de iniciación, de aprendizaje. Nos identificamos con el joven narrador: para nosotros también todo es sorprendente, horrible, nunca visto. Cada nuevo suceso deja una impronta imborrable, más fuerte, porque no se está cincelando en la memoria de un adulto experimentado (como sería el caso de Toine: toda la historia cambiaría si él fuera quien nos la contara; pero sobre esto volveré más adelante), sino en la de un joven inexperto que ahora es nuestros ojos en esta historia. El punto de vista elegido impregna de una tremenda fuerza a la narración. Esos hechos se graban en nuestra mente como si hubieran acontecido por primera vez, no importan las ocasiones en que hayamos leído algo parecido, que en nuestras lecturas nos hayamos enfrentado a situaciones de horror y crueldad semejantes: todo es nuevo, virgen, porque vírgenes al horror son los ojos del narrador, los nuestros, como dije, ahora.

Quería decir esto porque me parece importante la potencia de Bernanos como narrador, lo cual hace que, haya simbolismo oculto o no, no impide esto disfrutar del relato como una "simple" aventura, un viaje al corazón del horror mismo sin darle más vueltas. No me invadió la impotencia como lector que me invadió leyendo la saga del Sol Largo de Gene Wolfe, quiero decir, por poner un ejemplo. Pero como el relato creo que admite ambas lecturas, una sencilla (que no peor o menos profunda, ojo) y otra simbólica, voy a intentar ahora la segunda, aunque aviso que yo tampoco lo tengo nada claro. Me faltan referentes, no conozco nada de la obra de Bernanos, y de los posibles símbolos utilizados, si son tales, identifico pocos, y más por lo que me da por creer qué es esa isla que porque sea así en verdad. Me temo que lo que "identifico" es más para dar consistencia a lo que creo que es una posible explicación que por tratarse verdaderamente de claves que ayuden a desvelar su secreto.


Le pregunté a una amiga, traductora de francés, sobre el título original del relato: La Montagne morte de la vie. Me contestó que la construcción de esa frase no es habitual en francés. Me lo explicó pero confieso que no recuerdo bien qué me dijo de estructuras francesas y demás. El título se podría entender de estas dos formas:

1- La montaña ha muerto por culpa de la misma vida.

2- La montaña de vida que ahora está carente de ella, está muerta.

Me comentó también que, además de Michel Talbert, Bernanos utilizó como seudónimo el nombre de Michel Drowin.

Y ahora sigo con el relato. Insisto en que me gustaría que esto se entendiera más como una manera de compartir lo que sentí y pensé leyendo el cuento que como un intento serio y coherente de descifrarlo.

Atados al mástil, Toine y el narrador sobreviven solo para aparecer en, literalmente, otro mundo. Otro sol (un sol rojo, herido), otras estrellas (un firmamento desconocido), otras criaturas, extrañas y ajenas (esas "medusas" marinas), habitando los mares. El agua del mar es dulce, el sol abrasador. Tanto en una lectura simbólica como literal, está más que claro que ya no se encuentran en la tierra tal y como la conocemos. ¿Una anomalía? Creo que no, pues hablan claramente de tránsito hacia otro mundo: "En ese preciso momento sentí como si estuviera pasando a otro mundo, a otra vida. Aquella rara sensación de tránsito (...)" En un primer momento pensé que habían muerto, que habían entrado en el reino de la muerte. Pero Toine lo define como "un mundo patas arriba": ¿no es así como en el medievo definían el infierno? Es importante que cuando Toine se pone a rezar, el narrador muestre sorpresa porque nunca le ha visto hacerlo y confiese que él no cree: son dos almas que, por impías, merecen el infierno. En la tradición cristiana no solo los malos actos te llevan allí.

Y llegamos a la sensacional descripción de esa playa desolada y las montañas ciclópeas.

Las figuras sufrientes, las estatuas que encuentran en la isla: "... la obra de aquel escultor, tan hábil como Dios mismo, pero carente de Su gracia, de Su piedad y de Su armonía": ¿es este "escultor" el Diablo, una deidad maléfica? Porque este infierno (tanto en su sentido literal como en su sentido metafórico y simbólico, no deja de ser un lugar infernal) no tiene por qué corresponder a un infierno cristiano (la enorme serpiente devoradora nórdica bien podría ser una referencia: las enredaderas y flores carnívoras; o el polvo que comen los egipcios condenados, esa extraña arena de la isla —estas ideas fueron apuntadas por fonz, un antiguo compañero de foros que también comentaba este relato—). Otra idea muy sugerente, fascinante y genial: la arena, al contacto con el agua, se torna sangre. Da igual que haya referencias o no: este lugar que describe Bernanos es un puro infierno. Esta imagen es terrible, angustiosa.


Unas palabras ahora sobre la aldea, los restos de fogatas y los utensilios que allí hallan nuestros dos protagonistas. De nuevo el punto de vista: a pesar de que sabemos lo que piensa Toine a través del narrador, está claro que perdemos mucha información debido a que quien nos cuenta la historia es el bisoño joven: un golpe maestro de Bernanos pues con esto el misterio está asegurado. Toine le llega a decir al joven que cómo se va a sorprender DE VERDAD, a parecerle extraño lo que les está sucediendo si es la primera vez que viaja: solo puede comparar con lo poco que conoce, por lo que las referencias a lo que podemos saber se reducen al mínimo. Lo extraño se une indefectiblemente con la incapacidad de comprender de una mente inexperta, agotada y hambrienta por demás. ¿Qué será lo que pasa por la mente, y esto es más inquietante aún, sorprendida y confusa de Toine? Porque por mucho que hable con su joven compañero, está claro que no le cuenta todas sus impresiones. Por ejemplo: si bien los objetos encontrados le resultan desconocidos, quizá sí que le pueden recordar a algo, pero no llegaremos a saberlo. Para el misterio del relato, mejor así.

En el entorno hostil, solo queda el valor y no desfallecer. "(...) nos encontramos en las puertas del infierno", dirá Toine. Solo la amistad inquebrantable entre estos dos hombres les dará fuerzas para continuar. Porque esperanzas ya no hay.

El agónico camino hacia la montaña se convierte así en una ordalía. Pero una ordalía inútil, lo cual hace que el terrible final sea aún más desesperado y nos llene de una insoportable sensación de vacío: nada de lo que hagamos nos salvará de la condenación eterna. La infinita tristeza, la futilidad de todo esfuerzo humano (qué propio de Dino Buzzati nos resulta esto). Solo quedan las lágrimas como recuerdo de lo perdido, de lo que se ha dejado atrás. Ahora solo resta la soledad eterna rodeado de otros miles como él. La suprema ironía: la montaña con las estatuas.

Para mí es el mismo infierno, pero bien cierto un infierno que, pudiendo tomar cosas de diversas tradiciones culturales (o no), en cualquier caso es un infierno magistral y terrible creado por Bernanos. Al otro lado de la montaña hay el mismo dolor, el mismo horror que en este lado. Tantos sufrimientos para llegar a la nada: es un relato que sume en una infinita tristeza.

Tal vez no ayude nada de lo que he escrito a entenderlo, pero quizá se trate de eso mismo, de que no lo podemos abarcar: de ahí su profundo misterio, su extraña magia.

En la tradición cristiana el infierno muestra un sol rojo y un mar teñido de sangre.

Pero los versos de Baudelaire con los que Bernanos da comienzo al relato rezan:

"Pues en verdad, Señor, esta es la mejor prueba
que podemos darte de nuestra dignidad...
Esta marea de lágrimas que fluye sin descanso
hasta expirar en los acantilados de Tu eternidad."

No sé, tal vez, y solo tal vez... ¿Es la isla un dios (¡o el mismo Dios!) muerto, o moribundo, en cuyas laderas van los hombres a expirar? Porque al protagonista, ya en la ladera, ya una figura de piedra, aún le quedan lágrimas. Y la respiración que conmueve la isla, las plantas adorándolo, el ojo...

¡Eso es! No es el infierno... ¡LA ISLA ES DIOS!

DIOS: la montaña de vida que ahora carece de ella: la montagne morte de la vie: la montaña muerta de la vida.

Esto, o bien que Dios no es sino otro infierno.



(Podéis encontrar este relato traducido al español por José María Nebreda en el magnífico libro Mares tenebrosos, número 53 de la colección Gótica de la editorial Valdemar, o bien en su colección El Club Diógenes, número 297.)