jueves, noviembre 29, 2012

EAM # 34: La muerte robada, de Nyrki Tapiovaara (1938)



Nueva entrega de mis comentarios sobre películas para la página de cine El antepenúltimo mohicano. En esta ocasión, todo un clásico desconocido, una película tan extraña como sorprendente plagada de persecuciones en la noche, callejones oscuros repletos de conspiradores, tráfico de armas, ataúdes desaparecidos, imprentas clandestinas, contrabando, chantaje, extorsión y hasta una historia de amor arrebatada y de una poderosa sensualidad: La muerte robada (Varastettu kuolema), dirigida por Nyrki Tapiovaara en 1938. Puedes leerla siguiendo el enlace 





La verdad es que uno no sabe cuándo duermen estos señores porque se pasan el día conspirando, editando panfletos subversivos y huyendo de la policía y de los soldados rusos zaristas que mantienen bajo su yugo al pueblo finlandés.


También sacan tiempo para ir de entierro, pero no creáis que el ataúd está ocupado por un cadáver...



Planos de gran belleza plástica y originalidad, dos secuencias prodigiosas y el caos provocado en ocasiones por el desprecio reconocido del director por las leyes básicas del montaje. Para qué, si total la historia se entiende y cuando tiene que conmover, conmueve.


Se rodó en cuatro idiomas, así que incluye subtítulos en finlandés porque si no ni en su país de origen llegarían a entender algo.


El malo (Santeri Karilo), como suele suceder en las buenas películas, resulta sencillamente espectacular en su mezcla de ironía, inteligencia y verdadera rapacidad.


La pareja protagonista está magnífica. Tuulikki Paananen sabe utilizar su belleza para resultar inocente y, cuando es preciso, mostrar una sensualidad devastadora. Ilmari Mänty compartirá con ella la que quizá sea la escena más rompedora y genial de esta película visualmente atípica: la seducción que termina con ese beso final apasionado, encendido, sensacional, que acontece ante nuestros ojos y no llegamos a ver nunca. 


lunes, noviembre 26, 2012

Los cuclillos de Midwich, de John Wyndham (1957)



 Al escritor inglés John Wyndham (1903-1969) le gustaba escribir sobre invasiones alienígenas, qué duda cabe. Habitantes de otros planetas que se introducen en el nuestro con afán de conquista, violentando nuestras existencias cotidianas en las que se instala lo extraño cuando no lo imposible. Al menos en sus novelas más conocidas. Si en El día de los trífidos (1951) son unas despiadadas plantas del espacio las que se adueñan del planeta, más por cuestión de supervivencia que por maldad, las pobres, en esta Los cuclillos de Midwich (1957) adoptarán la forma de niños, los hijos de los habitantes de un pueblo inglés tranquilo y olvidado por la historia que se verá impelido a entrar en ella de una manera brutal. No siempre las visitas eran con afán de conquista, como en Chocky (1968), donde el alien solo desea hacer amistad con un niño terrestre. Pero sí planteaba en todas sus novelas argumentos e ideas originales y, por qué no, hasta subversivas.

En El día de los trífidos, los humanos se verán arrastrados a cometer barbaridades en su afán por sobrevivir, olvidando su razón de ser: la humanidad. En Chocky se plantea el rechazo a todo lo que se desconoce solo por esto mismo, por ser ajeno. Aunque no versa sobre una invasión ni una visita amistosa por parte de los extraterrestres, sí que en su novela Las crisálidas (1955) arremete contra el fundamentalismo religioso de una forma feroz. De nuevo el rechazo a todo lo que es diferente a nosotros, la incapacidad de comprender al otro hasta el punto de no dudar en matar a los propios hijos si estos no son considerados “de los nuestros”. Y esto mismo pero justo al revés es lo que Wyndham plantea en Los cuclillos de Midwich: los extraterrestres serán tus propios hijos. ¿Los matarías por la supervivencia de tu especie? Porque no hay opciones de convivencia. En Las crisálidas Wyndham tomaba y nos hacía tomar partido por los niños evolucionados que suponían un avance de la especie. Pero en Midwich los niños son invasores del espacio, y su exterminio se hace obligatorio si se quiere sobrevivir. De nuevo la temática de la supervivencia a cualquier precio, de nuevo la evolución de la especie que nos lleva a tomar medidas drásticas tanto si se quiere eliminar como si se desea seguir: no hay término medio en sus novelas. Uno debe elegir, se ve forzado a pensar, a dialogar con lo que lee. Y lo maravilloso de Wyndham es que llega a hacernos pensar sin dejar de ser nunca entretenido hasta la pasión.

En Los cuclillos de Midwich el planteamiento es de una fuerza y una originalidad que desarma al poco de comenzar la lectura. Todo un pueblo queda atrapado en una cúpula que deja sumido en un extraño sueño tanto a los que están en su interior como a aquellos que se aventuran a entrar. Un día de aislamiento tras el cual todo vuelve a la normalidad. O eso parece. En las cercanías se ha divisado un extraño objeto con forma de platillo volante que ha estado detenido junto al pueblo todo el tiempo que ha durado su aislamiento. Y a los pocos meses, todas las mujeres del pueblo están embarazadas. El horror de no saber qué se está gestando en su interior junto a la lucha contra las convenciones sociales (entre ellas hay mujeres solteras y chicas muy jóvenes) se funden en un relato llevado con mano maestra. Porque no solo se trata del horror, sino también del amor que una madre no puede dejar de sentir por su hijo pese a desconocer el mismo por qué de su embarazo. Una temática difícil que Wyndham nos narra con una elegancia magnífica, sin eludir nunca lo más escabroso y sin caer jamás en lo sensacionalista. Porque en definitiva, si en Las crisálidas lo que se cuestionaba era si por la evolución deberíamos matar a nuestros padres, aquí es si por evitarla debemos matar a nuestros hijos.

Quizá el único problema de esta novela que se lee en un suspiro, que te envuelve y te atrapa de manera que no hay quién abandone hasta terminarla, es que los niños extraterrestres aparecen demasiado tarde y solo toman presencia casi al final de la misma. Para cuando podemos “oírlos” hablar por primera vez, sus actos ya nos han hecho tomar partido y la decisión de acabar con ellos no resulta tan dolorosa. Y eso que nunca dejan de ser niños asustados que solo desean sobrevivir. A cualquier precio, claro, pero es que todo es como la vida en la naturaleza salvaje: devorar o ser devorado. Los niños son más fuertes, pero son inferiores en número. Su fría lógica y su superior inteligencia los hará invencibles en cuanto crezcan un poco más y desarrollen todo su poder. Hay que exterminarlos cuando aún son adolescentes. Resulta curioso, quizá paradójico, que el único humano, Gordon Zellaby, que tendrá claro que es una cuestión de matar o morir, sea el más inteligente, el que más amistad o cercanía ha logrado con los niños, el único que los conoce bien y en el que ellos confían. En realidad, es un padre que deberá tomar la decisión de asesinar a sus hijos para salvaguardar su propia especie. Un tema casi bíblico, Abraham sacrificando a Isaac, solo que aquí no se trata de una petición ciega de un dios cruel, sino de la supervivencia exigiendo un sacrificio inhumano.

Esta edición de la editorial Gaviota presenta la traducción que se repite de una edición a otra de las pocas que ha tenido esta novela en España. Una traducción nefanda que llega a resultar incomprensible en algunos párrafos por su mala redacción. Si sumamos este uso “particular” de la gramática a la mareante cantidad de errores tipográficos y faltas ortográficas que contaminan el texto casi a cada línea, no queda sino llegar a la conclusión de que esto es lo más extraterrestre del libro. Hay momentos en los que se lee casi por abstracción: formando las frases en tu cabeza. Un espanto, en fin.  

En el año 1960 se realizó una adaptación cinematográfica, El pueblo de los malditos (Village of the Damned) que a mi gusto supera a la novela, pues permanecen en esencia todos sus planteamientos y los niños tienen una presencia más constante y poderosa. La decisión de Zellaby, al tiempo que más dolorosa, también está mejor llevada. Sus dudas y certezas se entienden mejor y alcanzan más profundidad precisamente por el hecho de haber sido simplificadas en su versión para el cine, obra de la soberbia adaptación de Stirling Silliphant, Ronald Kinnoch y Wolf Rilla, este último también como director. No entraré en detalles de qué supuso para mí la primera vez que vi esta película. Por muy importante que me resulte, a vosotros os aburrirá sin remedio. Baste saber que una fotografía de los niños de esta película es la imagen que preside este blog.   

WYNDHAM, John. Los cuclillos de Midwich. (Traducción de Barbara McShane y Patrick Alfaya McShane); (ilustración de portada: Enrich). Barcelona: Gaviota, 1986. 302 p. Infinitum, ciencia ficción; 4. ISBN 84-7693-026-7.





miércoles, noviembre 21, 2012

EAM # 33: La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel (1956)



Ya, ya, voy atrasadísimo con la puesta al día del blog, ay. Pero bueno, en cuanto pueda paso a ordenador comentarios que ya tengo escritos en mi cuaderno 19 (a mano, claro) de libros de John Wyndham y William Hope Hodgson (de este en una entrega doble cuando menos). Mientras, aquí os dejo lo que escribí para el blog de cine de Emilio Luna El antepenúltimo mohicano sobre la fascinante y con razón clásico de la ciencia ficción La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers), dirigida por Don Siegel en 1956. De lejos mi favorita de las dirigidas por él, una película por la que siento una profunda admiración y que nunca puedo dejar de ver con total arrobo y emoción. Puedes leer el artículo siguiendo el enlace:




El pueblo de Santa Mira me recuerda al mío, con la diferencia de que en el mío la invasión sin duda tuvo éxito.


"Salen todos de sus vainas / con sus camisas de caballos, / van todos en fila india / caminando como patos." (Día X menos 60)



Una película desesperada que por momentos deviene terrorífica. ¡Y con extraterrestres malvados que quieren dominar el mundo! ¡Y son como nosotros! Imposible no amarla.