martes, mayo 29, 2012

La investigación, de Stanislaw Lem (1958)


En la Inglaterra de los años 50 los muertos deciden ponerse en pie y comenzar a caminar. Poco y mal, eso sí, que para algo estamos en una novela del polaco Stanislaw Lem (1921-2006) y no en otra más de esa legión de engendros que ahora mismo, peores que los zombis que las protagonizan ellos mismos, se reproducen en las librerías, en internet, en la televisión y a la que te descuidas hasta en el salón de tu casa. Lem funde en esta novela relato criminal, crisis metafísica, tíos raros a cada tres páginas y ambiente kafkiano a mansalva. A mi gusto nada de ello bien, pero a ratos nada mal.

Lem comenzó a escribir La investigación (Sledztwo, 1958) sin tener ni idea de qué iba a contar ni cómo desarrollaría la trama. Una huida hacia adelante que nunca terminó de encontrar el norte. Sí, ya lo sé, que Lem es muy inteligente y escribe muy bien y etc., y gracias a esto la primera mitad, más o menos, de la novela se lee de manera apasionada y con verdadero placer. Lo malo es que se le atasca y comienza a dar vueltas sobre sí misma, los personajes se ponen a hablar unos con otros sin parar de cosas que no nos importan lo más mínimo y, por mucho que intente disimularlo con parrafadas intelectualoides, en el fondo se nota demasiado que se le perdió la brújula y fue el piloto automático lo que le permitió llegar al final. Como relato criminal resulta confuso y las explicaciones que se van ofreciendo son en muchos casos irrisorias. Como relato de conversaciones así como metafísicas y profundas pues casi que lo mismo (aunque tratándose de Lem nadie se atreverá a decirlo), siendo en el apartado “quiero ser como Franz Kafka” donde Lem consigue algunas de las mejores páginas de este libro, sobre todo aquellas en las que se nos cuentan las noches en vela del protagonista, el detective de Scotland Yard Gregory. La mansión en la cual se aloja invadida por la noche y conmovida por ruidos inexplicables genera uno de los momentos más increíbles y alucinatorios de la novela, el de Gregory escuchando a través de la pared de su dormitorio los ruidos provenientes de la habitación de su casero: un fragmento que por sí solo conformaría un excelente relato de terror. El problema es que dentro del conjunto cada vez que aparecen el casero y su no menos imposible esposa la sensación de que estamos en el interior de un libro diferente es poderosa. 

El meollo de La investigación no es tanto el caso que se está investigando, que pronto pasa a un segundo plano, sino más bien cómo al final Gregory se enfrenta a sus problemas e intenta dar luz a lo que no la tiene. Por esto todas esas palabras con el prefijo meta que encontraréis en las críticas de este libro. Gregory es analítico y observador, pero su carácter dubitativo y débil le imposibilita obtener conclusiones, ni tan siquiera muestra la fuerza necesaria para comenzar a defender alguna cuando de manera vaga comienzan a formarse en su mente. Lo ve todo, lo observa todo, pero está ciego. Tiene ante sí todos los datos, pero es incapaz de ir más allá y se deja guiar por su instinto. Este no es su terreno y duda, titubea y no avanza. Solo da vueltas alrededor de una idea y se aferra a ella sin creer que sea la solución correcta, o quizá sin querer creerlo. Es un observador nato que cuando quiere actuar no sabe cómo hacerlo. Al final hasta elude sus funciones como policía evitando acudir personalmente a los lugares donde se descubren nuevos cadáveres. Él mismo podría ser uno de esos muertos que se levantan y se ponen a caminar sin saber por qué, por inercia, porque la vida le impide seguir tumbado en su ataúd.

Vericuetos, meandros y detalles jalonan la historia que parece dar vueltas, como ya he comentado, más alrededor del mundo extraño que se desenvuelve entre la penumbra que rodea a Gregory que del caso que investiga. Este podría ser uno más de los acontecimientos inexplicables que pueblan su existencia, una pesadilla vívida en la que camina como avanzando a través de un muro de melaza.

Por ahí, de vez en cuando, asoman algunas constantes temáticas de Lem, como su ya clásica teoría de la imposibilidad de contacto con vida extraterrestre debido a la natural incomprensión con los humanos (y viceversa), pero de una manera tímida y entremezclada con otras ideas que más que aclarar la historia la oscurecen. Por momentos se le nota demasiado que está improvisando sobre la marcha y nos suelta lo primero que se le ocurre para explicar los extrañísimos acontecimientos a los que se enfrenta el kafkiano inspector Gregory. De ahí la sensación de que no explica nada cuando en realidad lo que hace es explicar demasiado enredándose sin solución.

Grandes momentos aislados ayudan a apreciar esta novela, que por fallida acaba resultando más que simpática tratándose de un escritor al que admiramos y queremos tanto como Stanislaw Lem.

LEM, Stanislaw. La investigación. Traducción de Joanna Orzechowska. 1ª ed. Madrid: Impedimenta, 2011. 242 p. ISBN 978-84-15130-10-9.  

domingo, mayo 27, 2012

EAM # 21: Fantomas III - El muerto que mata, de Louis Feuillade (1913)



Comentario al tercer episodio del serial Fantomas (Fantômas, 1913-14) dirigido por el gran Louis Feuillade. En la página de cine de Emilio Luna El antepenúltimo mohicano se desvelarán los secretos de esta tercera entrega, El muerto que mata (Le mort qui tue, 1913). Dejando a un lado la aventura trepidante y la acción desmedida, Feuillade y los suyos ofrecen en esta ocasión un relato más sosegado centrado en una trama de misterio criminal que, sin renunciar a su carácter folletinesco, resulta inteligente y cuidada, plena de emoción y minuciosidad. Su pausado, que nunca aburrido, desarrollo encierra una sorprendente y más que macabra resolución. ¡Una maravilla!  

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jueves, mayo 24, 2012

La habitación de la torre: 13 cuentos de fantasmas, de E. F. Benson (1912-1934)


Ya comenté que la lectura de Reina Lucía (1920) de E. F. Benson me provocó unas tremendas ansias por releer sus excelentes relatos de terror, aquellos por los que yo había conocido y admiraba a este escritor. Os hablé del volumen que recopilaba trece de sus cuentos de miedo bajo el título El santuario y otras historias de fantasmas. Justo al terminar de releer este me puse con el otro libro que publicó la editorial Valdemar en su colección Gótica que recogía otros trece relatos. Y como es habitual en mí, en lugar de escribir sobre ellos entonces y haber compuesto un bonito díptico comentando ambos volúmenes, dejé pasar el tiempo y me pongo ahora, ni sé ya cuántos días han quedado atrás, a daros mi opinión. “(…) no siempre es tan fácil encontrar una explicación, y no he encontrado ninguna para la historia siguiente. Surgió de la oscuridad; y a la oscuridad ha vuelto.” (p. 14) Pues será eso.

El fragmento anterior pertenece al relato que abre esta antología, La habitación de la torre (1912). Todo un magistral comienzo: un relato que aúna sueños terribles y premonitorios, apariciones espectrales y una morbosa historia vampírica. Lo mejor, lo inolvidable, es ese sueño recurrente que no solo se va repitiendo a través de los años, con ligeras variaciones en los hechos y sus protagonistas, y con sus secundarios envejeciendo y muriendo en él, sino que se va espesando ante la convicción de que algún día, tarde o temprano, se hará realidad. Del mal que habita en los sueños al mal que habita en un bosque ancestral, casi tan viejo como la abominación que cobija. Este es el objeto de “Y ningún pájaro canta” (1928). Increíble la opresión, la maldad, la soledad que transmite este relato mientras la acción se desarrolla en el bosque maldito. Dos auténticas joyas para abrir la colección.

Alfred Wadham el Ahorcado (1934) es un curioso relato que juega con la teoría de que las apariciones fantasmales no corresponden a los muertos sino al diablo tomando la forma de los fallecidos. La idea del asesino que confiesa su crimen a un sacerdote católico y debido al secreto de confesión no puede ayudar al inocente al que van a ejecutar, es la base de la película Yo confieso (I Confess), dirigida por Alfred Hitchcock en 1953 y con un guion que adaptaba la obra de teatro de Paul Anthelme. De niño recuerdo haber leído una novela que se suponía era la original, no una obra de teatro, pero solo recuerdo que fue una de las lecturas más aburridas de mi infancia junto a las novelas de Morris West y una de Aldous Huxley de un tipo que inventaba unos calzoncillos hinchables que se convertían en un cojín, lo cual venía muy bien para asistir a misa y sentarse en los incómodos bancos. Vale, esa no era la trama central de la novela de Huxley, jajaja, pero es lo que se quedó ahí dentro de mi cerebro de niño. El relato de Benson es posterior a la obra de Anthelme: ¿desconocía el trabajo del francés o lo conocía y le atrajo la idea de construir una trama fantasmal con él? ¡Ojalá pudiéramos saberlo!

En el metro (1923) versa acerca de premoniciones fantasmales y espectros que buscan ser perdonados, almas que no descansan en paz por haber cometido algún acto malvado en vida. Benson mezcla lo tradicional, dos amigos charlando en un salón una tarde lluviosa ante la chimenea encendida, uno contándole al otro la terrorífica historia (anda que no habremos leído relatos que comienzan así y siempre, ¡siempre!, nos resulta emocionante), con lo moderno, pues salvo la aparición fantasmal final todas acontecen en el metro del título.

La prueba de que a Benson también le iba el horror puro y duro, sin atmósferas etéreas y buscando casi más el estómago que nuestro cerebro, es el relato Orugas (1912). Aquí, como su nombre indica, las apariciones espectrales son unas terribles orugas mutantes que transmiten una brutal enfermedad. El elegante inglés transmutado él mismo en un autor pulp. Pero de los de desagradar al máximo. Ojo, que este Benson también nos encanta. Menos, pues lo obvio siempre tiene menos fuerza, pero sí lo bastante para que nuestra admiración no decrezca un ápice.

Cómo desapareció el miedo de la galería alargada (1912) es un relato magistral. Hala, lo dije y que quede bien claro. Un cuento en el que la presencia fantasmal congela el alma. Benson expone con maestría los antecedentes para que cuando nos lleve de su fría mano a la aparición final respiremos estremecidos. Bueno, que respire el que pueda, porque a mí a duras penas me llega el aliento. El crepúsculo, la oscuridad invadiendo una galería alargada sobre cuyas ventanas cae lentamente la nieve, una chimenea en la cual los chisporroteos de los leños ardiendo suponen la única luz, la confusión de la duermevela, una puerta que se abre y una joven confusa y aterrada que se enfrenta a dos figuras borrosas, luces blanquecinas que asemejan dos niños que avanzan de la mano por un pasillo interminable… ¡Aaaahhhhh! Lo dicho: una obra maestra. Y el hermoso final lo engrandece aún más.

Después de semejante historia se me antoja normal que las siguientes parezcan un poquito más flojas. No porque no sean excelentes relatos de terror, sino porque tras leer uno tan impresionante por fuerza los que vengan después lo tendrán difícil para hacernos olvidar el impacto vivido. Así La viña de Nabot (1928), en el cual se nos narra la historia de un fantasma vengador que no descansará hasta dar muerte a quien en vida le arrebató su hogar (no me vengáis diciendo que os destripo el final porque se intuye desde la primera frase del relato: lo importante es la atmósfera espectral, no la posible sorpresa narrativa). O El cobrador del autobús (1912), donde la aparición fantasmal actúa como premonición de un suceso luctuoso y Benson insiste en insertar la historia en un entorno cotidiano y moderno. Y El jardinero (1923), macabro relato en el que la búsqueda fantasmal del protagonista está motivada por el deseo de hallar la paz. Nada nuevo, pero escritos por Benson suponen una lectura magnífica.

Negotium perambulans (1923) es un excelente relato mientras permanece en las zonas brumosas del misterio, de todo aquello que no se dice pero se intuye. Las descripciones de un pueblo aislado y solitario ante el mar dan lugar a las mejores páginas de este cuento, aquellas que nos mantienen ciegos a la visión total del horror pues este permanece oculto tras lo cotidiano y normal. Una pesadilla ancestral que pervive en la oscuridad, en aquello que nuestro ojo nunca puede ver de manera directa, tan solo como una sombra o una premonición. Por esto mismo cuando al final se desata el horror y Benson nos muestra lo que debería estar escondido a nuestra vista para siempre el relato pierde intensidad.

En El rostro (1928) de nuevo los sueños se nos presentan como un aviso, el preámbulo del horror. Y de igual forma que en La habitación de la torre, mostrar cómo el paso del tiempo se refleja en un sueño es una idea excelente que Benson utiliza con maestría. Y aunque Benson no es un autor propiamente pulp, El cuerno del horror (1923) es un relato que, al igual que Orugas, bien podría considerarse como tal. Una historia de razas perdidas en lo alto de cumbres montañosas heladas, una estirpe que en su bestialismo ancestral nos recuerda, de manera terrible, que quizá no son tan diferentes a nosotros como podríamos creer. Una aberración de la evolución, una cadena perdida, un paso a ningún lado.

El volumen se cierra con un relato que considero maravilloso, melancólico y muy triste: Piratas (1934). En él se nos narran los últimos días de un hombre que ha triunfado en la vida pero que llega a la madurez solo. Sus pensamientos y recuerdos lo llevan de continuo a la casa de su infancia, donde vivió con su madre y sus cuatro hermanos. El pasado se nos muestra como un refugio feliz de un presente que parece hacernos sentir satisfechos manteniéndonos dormidos dentro de una falsa ilusión. La sensación de soledad se acrecienta sin embargo con los años y Peter Graham, el protagonista, decide visitar la casa en la cual transcurrió su infancia. El dolor al encontrarla abandonada es intenso, y desde los solitarios jardines voces le llaman para que vuelva a jugar en ellos. Y volverá, añorante, esperando que los espíritus de los que allí vivieron le acojan y lo reciban con afecto, lo lleven de vuelta a los felices y ahora perdidos días de su infancia para siempre. Como he dicho al principio, es un relato envuelto en una profunda melancolía. Duro de leer si uno se encuentra un poco en la posición del protagonista: la sensación de vacío y soledad es contagiosa y la penumbra del corazón se torna insoportable. El pasado es visto como un paraíso perdido, y aceptar una vida fantasmal supone el único recurso para recuperar la felicidad que tuvimos cuando vivíamos en él.

(Las fechas de los relatos están extraídas de la ficha de este libro en la excelente página de La tercera fundación). 

BENSON, E. F. La habitación de la torre: 13 cuentos de fantasmas. Traducido por Rafael Lassaletta. Madrid: Valdemar, 1994. 227 p. Gótica; 13. ISBN 84-7702-092-2.

jueves, mayo 17, 2012

EAM # 20: Fantomas II - Juve contra Fantomas, de Louis Feuillade (1913)



Segunda entrega de mis comentarios a los episodios del serial Fantomas (Fantômas, 1913-14) dirigido por el mítico director francés Louis Feuillade. Como es habitual, en la página de cine de Emilio Luna El antepenúltimo mohicano podrás leer acerca de este maravilloso segundo episodio, Juve contra Fantomas (Juve contre Fantômas, 1913), una absoluta delicia plena de emoción, aventura, persecuciones, crímenes y cientos de malhechores enmascarados. 


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Las calles de París son las coprotagonistas de este magistral episodio. En el primer fotograma, Juve y su ayudante Fandor en plena persecución tras Fantomas. En este de aquí arriba, el asesino Gurn (uno de los personajes tras los que se oculta Fantomas) recibe una misteriosa nota de manos de su compinche en el crimen la bella Josephine. 


Gurn (Fantomas) y sus enmascarados asaltan un tren. La liarán parda porque no les basta con robar: hay que asesinar y hacer volar por los aires el tren entero.


La celebrada secuencia de la trampa en los toneles de vino. No es de extrañar que los surrealistas en pleno fueran fanáticos seguidores de las aventuras, tanto escritas como fílmicas, de Fantomas.


Josephine (a la derecha, fumando) como una elegante dama burguesa. Ella sabe disfrazarse con la maestría del mismo Fantomas, al cual está a punto de delatar. Fandor, en el centro y de pie, y Juve, sentado a la mesa de la izquierda a punto de encenderse un cigarrillo, recordad que estas películas son de la época de cuando se podía fumar en los bares, se mostrarán implacables en su interrogatorio.


Fantomas bajo otro de sus disfraces divirtiéndose con un par de bellezas de la época tras burlar a Juve y Fandor una vez más.


Ante las terroríficas amenazas mortales de Fantomas, Juve se apresta a defenderse: primero, Fandor a vigilar encerrado en el baúl, y segundo, una buena faja de clavos, con dos añadidos en los brazos, para protegerse mientras duerme. ¡A ver cómo se las ingenia Fantomas ahora! Pero el maestro del crimen tiene soluciones malignas para todo...


Acosado por Juve, un enmascarado Fantomas lucha por su vida no con la fuerza, sino con la inteligencia.


Las sociedades protectoras de animales no controlaban mucho lo que hacían estos locos del cinematógrafo. Una amiga de Fantomas agoniza cruelmente.


Fantomas hace volar todo por los aires gracias a unos cartuchos de dinamita que había dejado ocultos en la mansión donde Juve lo había acorralado. ¿Conseguirán escapar de la muerte Juve, Fandor, y los cientos de gendarmes que intentaban atrapar al genio del mal? Pensaos bien la respuesta, que aunque parezca imposible salir vivo de ese infierno al serial le quedan aún tres maravillosos episodios...

miércoles, mayo 16, 2012

EAM # 19: Fantomas I - A la sombra de la guillotina, de Louis Feuillade (1913)



La semana pasada comenté en la página de cine El antepenúltimo mohicano el primer episodio del mítico serial Fantomas (Fantômas, 1913-14) titulado A la sombra de la guillotina (À l'ombre de la guillotine, 1913). Se da inicio así a una serie de comentarios centrados en este espectacular serial de cuando el cine aún estaba forjando su lenguaje, y qué mejor forma de hacerlo como si de un folletín se tratase: cinco entregas que se corresponderán a los cinco episodios originales dirigidos por el gran Louis Feuillade. Enmascarados, persecuciones, asesinatos y las misteriosas calles de París. El serial más popular basado en el folletín de más éxito dejó tumbados de espaldas rendidos de admiración a los salvajes surrealistas. ¡Como para perdérselo!  


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domingo, mayo 06, 2012

Fantomas, de Pierre Souvestre y Marcel Allain (1911)


Pierre Souvestre (1874-1914) y su secretario Marcel Allain (1885-1969) escribían en revistas automovilísticas haciendo recensiones de coches y camiones. Les unió la increíble velocidad con la que eran capaces de redactar un puñado de páginas en pocas horas y, ¡zas!, tenerlas listas para la imprenta. En los huecos que dejó un anuncio en una de estas revistas comenzaron a escribir un folletín por entregas que tuvo un sorprendente éxito. Animados por esto, se lanzaron a escribir más historias. En poco tiempo lograron hacerse un nombre y un editor les encargó cinco novelas de temática fantástica. Tras probar con varios títulos, al final optaron por el de Fantomas (Fantômas en el original). El éxito de la primera novela, publicada en 1911, fue arrollador, sumado poco tiempo después al de las cinco películas en forma de serial dirigidas por Louis Feuillade entre 1913 y 1914. Fue tal la demanda de obras con Fantomas de protagonista que Souvestre y Allain, para ir más deprisa, dejaron de escribirlas para pasar a dictarlas. Había nacido un mito.

Fue sorprendente que esta acogida espectacular no se limitara a los habituales lectores de folletines, sino que los ambientes literarios más cultos y elitistas se proclamaron rendidos fans, siendo el caso más llamativo el de Guillaume Apollinaire, que llegó a fundar la Sociedad de Amigos de Fantomas en 1912. Pero bueno, todo esto, con mayores detalles y mejor explicado, lo podéis leer en el prólogo de John Ashbery a esta edición. Ashbery nos deja una lista de escritores que en algún momento declararon su admiración por Fantomas que no puedo dejar de reproducir porque quita el aliento: Jean Cocteau, Max Jacob, Blaise Cendrars, Robert Desnos, Louis Aragon, Colette, Antoinette Peské, Raymond Queneau, Pablo Neruda y el citado Apollinaire. Los surrealistas se proclamaron en masa admiradores entregados, aunque no fueron los únicos. También hubo pintores que se rindieron a la poesía folletinesca de Fantomas: Picasso, Magritte, Juan Gris… En fin, con este plantel cualquiera dice que no le gusta la novela. Aunque leyéndola uno comprende la locura que a todos les dio. Llegó a todos los estamentos y clases de la sociedad francesa de la época. Hoy día conserva toda su fuerza y su arrollador sentido del misterio y la aventura.

La novela Fantomas (Fantômas) ya comienza con nuestro héroe del mal convertido en el rey del crimen. Todos hablan de él y lo temen. Juve, inspector de la Sûreté, es el enemigo jurado de Fantomas. Ha jurado perseguirlo por siempre hasta detenerlo. Y siempre, como niebla, la figura fantasmal de Fantomas se le escurrirá ante su vista. Juve es tan inteligente como Fantomas, pero este siempre va un paso por delante para desesperación del inspector. Fijaos cómo describe Juve, un personaje tan apasionante como su perseguido Fantomas, lo cual hace que todo el tiempo que la novela no está protagonizada por este se lea con igual avidez, la relación con su némesis:

“-Nadie me ha acusado nunca de miedoso, señor De Presles. He visto la muerte de cerca. Bandas enteras de malhechores me han jurado la muerte. Me amenazan espantosas venganzas. ¡Pues bien! Todo eso me resulta indiferente. Pero cuando me hablan de Fantomas, cuando creo adivinar en algún caso la intervención de este genio del crimen… pues me pongo nervioso. ¡Yo!... ¡Juve! Tengo miedo porque Fantomas es un ser contra el cual no se puede luchar con los medios normales, porque tiene una audacia desmedida, un poder incalculable… porque, en fin, señor De Presles, todas las personas a las que he visto luchar contra Fantomas, mis amigos, mis colegas, mis jefes, todos, ¿me oye?, todos han quedado afectados… Fantomas existe, lo sé, pero ¿quién es? Del mismo modo que se desafía un peligro que se puede calibrar, uno se queda temblando ante un peligro que se adivina pero no se ve.” (p. 77) ¡Y si Juve se queda temblando imaginad nosotros, indefensos lectores!    

Uno de los momentos más intensos de la novela, tanto es así que sería el elegido para abrir el serial de Feuillade, es el alucinante robo a la princesa Sonia Danidoff en el hotel Royal-Palace. Una escena plena de tensión y erotismo explícito: la princesa está bañándose cuando el pillastre de Fantomas, disfrazado cómo no, pues por algo además de genio del crimen es genio del disfraz, decide entrar a robar y mantener de paso una conversación con ella. La huida de Fantomas del hotel es fantástica. Lo genial no está en el hecho en sí, sino en cómo los autores no ofrecen un segundo de respiro al lector. La acción se sucede a velocidad de vértigo pero sin atropellarse: todo es fruto de la magistral habilidad de Fantomas. Observamos sus actos fascinados por su desvergüenza, su sentido del humor y en la, en todo momento, sensación de peligro que desprende su presencia. Desfachatez y arrojo, tan simpático como despiadado sembrando el caos en el hotel de lujo. Y la elegante despedida final, esa tarjeta en blanco que deja a la princesa y que, cuando todo parece haber terminado, en ella comienzan a formarse unas letras que componen una sola palabra, un nombre que es una firma siniestra: ¡Fantomas!

Folletín de crímenes en estado puro, no retrocede ante la descripción de los asesinatos más truculentos. Es la atracción del horror, la fascinación del mal. No es de extrañar su éxito popular ni que este llegara, como hemos comentado, hasta los representantes de la más alta cultura pasando por la intelectualidad más radical. Hay libros que son como la misma muerte: nos igualan a todos.   

En sus páginas se nos presenta un París casi mítico plagado de crímenes imposibles y peligros sin cuento. Ante el horror cotidiano nada mejor que convertirlo en objeto de leyenda. Quizás esta sea una de las claves de la fascinación que ejerció en los lectores de la época. Más aún hoy día, pues el tiempo multiplica y fortalece este carácter. Una ciudad llena de crímenes y aventuras en la cual la emoción de que lo increíble puede suceder en cualquier momento insufla vida a la gris cotidianidad.

Tampoco debemos descartar el placer que provocaba a las clases populares, principales seguidoras de las aventuras de Fantomas, ver cómo el genio del crimen hacía víctima de sus delitos a princesas, ricachones y burgueses. No le tiembla el pulso ni cuando, para llevar adelante uno de sus delirantes planes, hace estallar por los aires un barco con cientos de pasajeros matándolos a todos. Placer este que podemos sentir con idéntica fuerza los lectores de hoy. Fantomas es un héroe anarquista en sus actos, aunque sus motivaciones son bien distintas. Su romanticismo no está adornado con causas nobles: es el del mal por el mal.

A partir del robo en el hotel la acción se dispara. Estamos casi en la mitad de la novela y al fin Fantomas se muestra en todo su esplendor. Eso sí, nunca de manera directa, sino a través de su colección de increíbles disfraces que deja al mismísimo Mortadelo a la altura de un aprendiz torpe. La locura se multiplica porque Juve, para atraparlo, también se disfraza, así que el lector se pasa todo el tiempo tratando de adivinar quién es quién. ¡Pero no somos los únicos, demonios! Si hasta dos de nuestros héroes masculinos tendrán un amago de escarceo amoroso escondidos tras sus disfraces, uno de hombre y otro de mujer, en uno de los momentos más brillantes de la novela.

No falta ni la dulce joven huérfana en peligro, tipo de personaje que se creara en la lejana novela gótica y que tanta aceptación tendría en el folletín, Thérèse, cuya abuela, su único pariente, es asesinada de forma brutal nada más comenzar el libro. Ni tampoco falta una alucinante pelea en una taberna patibularia, los bajos fondos de París descritos con crudeza dentro de la emoción de la aventura. Y es que aquí ya es un caos de personajes disfrazados a los que identificar. El juego enloquece y es apasionante.

Vamos conociendo a diversos personajes que formarán la galería protagónica del resto de las 31 novelas de la serie. Así Lady Beltham y Jérôme Fandor, la amante de Fantomas y un intrépido reportero que se unirá a Juve en la caza implacable de nuestro antihéroe, respectivamente. Y los crímenes se suceden sin descanso, algunos increíbles como el que acontece en un tren, pero este tan alucinante y bien llevado en su emoción y sensación de peligro que deja sin aliento.

Souvestre y Allain exprimen con maestría su truco de dejar que las acciones se sucedan trepidantes y no indicar quién las protagoniza. Se lee acuciado por lo emocionante de la aventura, pero también por el deseo de saber por qué y, sobre todo, quién es el protagonista en ese momento. Incluso hay ocasiones en que se sabe… ¡pero no quién se oculta tras el disfraz! La confusión como motor de la emoción.

El golpe de efecto final es increíble pero está narrado con tal precisión que nos lleva a considerar inevitable lo que está ocurriendo. Toda una espiral de horror que culmina con la detallada descripción de una ejecución en la guillotina. Cómo se desarrolla la delirante trama, cómo los curiosos se acercan a contemplar la horrible decapitación tal y como si acudieran a una fiesta, un espectáculo circense que culminará con la muerte de un hombre. El hecho de que el lector esté en este tramo final por primera vez por delante de los personajes crea un terrible suspense, una sensación de atroz predestinación que nada podrá detener. Ni el mismo Juve podrá intervenir a tiempo pues su soberbia y magnífica inteligencia va, una vez más, un paso por detrás de la de Fantomas. Lo justo para que este resulte, la primera de muchas veces, vencedor.

Este excelente clímax será el que se repetirá en las siguientes novelas pues Fantomas es un malvado que siempre burlará a la muerte y a sus perseguidores en el último momento. Imposible de atrapar, esquivo, casi inhumano en sus increíbles capacidades. Una leyenda que aún hoy mantiene intacto todo su mágico poder, todo su fascinante magnetismo.

SOUVESTRE, Pierre; ALLAIN, Marcel. Fantomas. Traducción de Mª José Furió; prólogo de John Ashbery. 1ª ed. Barcelona: Mondadori, 2000. 323 p. Literatura Mondadori; 114. ISBN 84-397-0185-3.