viernes, octubre 01, 2010

Donde se comentan cuatro bolsilibros de terror de Clark Carrados. Y también, de paso, una recomendación: el estudio sobre la novela popular de Salvador Vázquez de Parga

Aunque la anterior novela que leí de Clark Carrados (Luis García Lecha), la cual comenté aquí, no fue de lo mejorcito con lo que me he alimentado (o castigado) el cerebro últimamente, sí que dejé anotado que pese a su resultado fallido y su falta de consistencia a la hora de transmitir sensaciones atemorizantes, ésas que tanto nos gustan, sí que es verdad que al menos mantenía cierto cuidado a la hora de la ambientación, que ésta aportara algo de atmósfera macabra al conjunto. En el mundo de los bolsilibros esto no es lo habitual, así que al menos se agradece el intento de no llenar las 95 páginas de rigor con apresurados diálogos de una línea cada uno.

Antes de entrar a comentar el lote siniestro de hoy, voy a reproducir una definición del término bolsilibro que me parece muy atinada. El autor de la misma, Salvador Vázquez de Parga, un sabio de todo aquello relacionado con la cultura popular, nos la legó en su libro Héroes y enamoradas: la novela popular española, editado por la editorial Glénat en su colección Parapapel. En este ensayo apasionado y absorbente Vázquez de Parga ofrece una estupenda introducción a este tipo de literatura, abarcando prácticamente todo el siglo XX y dejándonos la sensación de que aún queda mucho por contar. Y es que se trata de una tarea ingente. Normal que en algunos casos se eche en falta más extensión en los diversos temas tratados (los bolsilibros de terror reciben en verdad muy poca atención), pero en conjunto el autor nos transmite su amor por estos libros, su erudición al respecto es un regalo, y las listas de autores con sus respectivos seudónimos son una fuente de información que no tiene precio. Una recomendación absoluta que os hago desde aquí.

Pues bien, así nos explica Vázquez de Parga en qué consiste esto de los bolsilibros, los cuales empiezan a ser tratados hacia la mitad del ensayo, en su quinta parte titulada La era de los bolsilibros:

“Y con la segunda mitad del siglo se abre la era de los bolsilibros. “Bolsilibros” es un término acuñado por la editorial Bruguera para designar sus novelas populares de bolsillo de un modo menos prosaico que el consabido de “novelas de a duro”. En realidad nadie se preocupó demasiado por la denominación que pudiera darse a las novelas populares, pero lo cierto es que alrededor de 1960, cuando la editorial Bruguera unificó el diseño de sus colecciones, les aplicó también un nombre común, el de Bolsilibros Bruguera que plasmó en un logotipo, también común a todas las colecciones, en el que figuraban dos letras “B”, la segunda de ellas cambiada de lado. El término bolsilibro, que, como toda palabra útil pero no importada, no figura en el diccionario oficial, fue adoptada después por otras editoriales como Rollán o Toray.

En realidad, el bolsilibro no es simplemente un libro de bolsillo, ni siquiera una novela popular de bolsillo. El término parece más específico y debe aplicarse sólo a aquellas novelas populares de bolsillo, de tamaño 15x10,5 centímetros, que cuentan una historia de carácter unitario. (…) La innumerable cantidad de colecciones de bolsilibros que aparecieron entre 1950 y 2000 no tuvieron en ningún momento directrices concretas que las individualizaran. El género era lo único que vinculaba a los distintos ejemplares de una colección. El oeste, el policiaco y la novela rosa fueron, desde luego, los más abundantes, (…) aunque las modas de cada momento hacían surgir o resurgir nuevas series dedicadas a modalidades aventureras diversas (…)”. (pp. 189-190)

En fin, diversión y entretenimiento sin más. Algo que aplicado al cine o a la televisión todo el mundo parece respetar (las películas de serie b, las grandes franquicias tipo Star Wars, Star Trek o ahora Stargate, entre lo más popular y aceptado), pero que a la hora de aplicarlo a la literatura parece que nos cuesta más trabajo. Nos sale la vena finolis.

Como hoy mi lado elitista y elegante se ha quedado debajo de la losa tomándose un respiro, doy salida a mis más bajos instintos y, ahora sí, paso a comentar cuatro bolsilibros de terror de Clark Carrados.

El final del miedo (1980), a pesar de las explicaciones con las que se resuelve la trama, en las cuales todo lo fantástico deviene trucos de salón, el desarrollo resulta entretenido y consigue momentos de verdadera tensión. La soledad y el aislamiento del pueblo en el que se desarrolla la acción, Dylock’s Bay, están reflejados con fuerza, y el acoso por parte de los malvados que sufren los protagonistas depara algún buen momento de angustia. Lástima, como he dicho, que la aparición en la bahía, cerrada por escarpados acantilados, de un monstruo en la más tradicional escuela Lago Ness sea otra de las premisas fantásticas que Carrados tira a la basura del interesante puñado que plantea. Pero ojo, el conjunto no es desechable en absoluto.

Como estaba que me salía de intelectual subido y repelente, me lancé con otras tres novelas de Carrados. La segunda que leí fue Los muertos que no morían (1982). A ver, explicadme: ¿cómo voy a resistirme a semejante título? Tontería intentarlo. Así que adelante. Allons-y!

Lo que encontramos aquí es una más que curiosa historia de zombis, en la cual Carrados, sin dejar de lado la tradición haitiana y la más moderna instaurada por las películas de Romero, opta por seguir un tanto el camino solitario que marcó Muertos y enterrados, la fascinante película que en el año 1981 dirigiera Gary A. Sherman. Salvando las distancias, claro, pero aquí también tenemos un científico loco que se dedica a resucitar cadáveres por un módico precio en un pueblo perdido. Antes de resucitarlos es él mismo el que da muerte a sus víctimas, las cuales se dejan matar a cambio de la promesa de la vida eterna. Ni dudéis que el retorno traerá graves inconvenientes…

El principal, que la cosa parece no durar mucho. Y en segundo lugar (bueno, igual más importante que el anterior, aquí depende de vuestras prioridades) la desaparición del deseo sexual. Vamos, que volver vuelven, pero para esto mejor quedarse tranquilito en la caja.

Con los condicionantes habituales de los bolsilibros, obligada boda final de los protagonistas incluida, hay que reconocer que el relato resulta de lo más entretenido. La necesidad (o el gusto, adivina) de incluir algún momento erótico da lugar a algunas situaciones de lo más ridículas que podáis pensar, pero en conjunto la historia no se resiente por ello y mantiene un buen nivel macabro.

Desde luego, Lobos contra lobos (1984) no es una novelita fantástica. Ni tan siquiera de terror, la verdad. Pero da igual: está claro que ésta no era la intención del autor. Clark Carrados se lanza a narrarnos un relato de crímenes con un tremendo sentido del humor. Una comedia criminal, diría, no para enmarcarla en un género determinado, sino más bien para que os hagáis una idea de por dónde van los tiros (que en esta historia no hay muchos, la cosa se resuelve con un simpático punzón).

Un millonario lega una formidable herencia a ocho supuestos herederos. Extraño si tenemos en cuenta que eran enemigos declarados del difunto. Normal si prestamos atención a la cláusula principal del testamento: el dinero se lo quedará aquel que elimine a los otro siete. Pero no sólo basta con matarlos, sino que hay que hacer entrega de una macabra prueba a la viuda del millonario: el dedo índice de la mano derecha de cada uno de los cadáveres. Todo esto lo deja el millonario de marras grabado en una cinta de cassette, por si la policía pregunta quién fue el instigador de la bárbara sangría. Menos mal que la policía ni aparece… Pues bien, al principio, los ocho herederos siniestros se plantean cortarse sus respectivos deditos y hala, a repartir el botín. Pero la suma de dinero es importante y el hombre, que es un lobo para el hombre por si no lo sabíais, deja aflorar sus instintos y aquello se convierte en una carnicería que ríete del pamplinas de Tarantino.

Carrados mantiene en todo momento un conseguido tono de comedia macabra. Pero además, en los momentos en que no hay muertos de por medio, lo mantiene. El protagonista, Jammy Long, ha dejado a su prometida justo el día de su boda esperándolo frente al altar. Ella, Audrey Hatterly, una guapísima heredera, se lanza en su amorosa persecución y junto a él se verá metida, ambos sin preverlo, en el lío criminal. Los diálogos entre los dos son en verdad chispeantes, y confieso que en más de una ocasión lancé una buena carcajada.

Una agradable sorpresa. Intrascendente, sí, pero diáfana y correcta en sus intenciones.

Venga, ánimo, que vamos a por la última.

Lo más destacable de La firma de la bruja (1984) es el evidente cuidado de Carrados, como ya casi me atrevería a decir una marca de estilo si esto no fuera quizá excesivo, por la ambientación. De nuevo encontramos en este relato, como en El final del miedo, un aislado y hostil pueblo pesquero inglés. Los acantilados en los que rompe el mar, la llanura de hierba sobre los mismos en la que se alza una ominosa torre, las ruinas de lo que antaño fuera la orgullosa “Torre de la bruja”, el pasadizo excavado en la roca bajo ella… Todo ayuda a crear un decorado de lo más siniestro y conseguido para desarrollar la acción. Otro cantar es que ésta sea del todo satisfactoria.

Carrados mezcla demasiadas cosas. Algunas le funcionan. Otras, pues no. La historia arranca con un misterioso crimen cuya víctima es hallada con una E marcada al rojo en la frente. Es la marca de la bruja, Evinia McIntock, quemada en la hoguera siglos atrás. Mientras el fuego la consumía, lanzó la consabida maldición a los descendientes de quienes la estaban asesinando. Por qué no actuó sobre ellos en el momento y por qué la maldición tarda tanto en hacerse efectiva no debe importarnos. Si no crees en tales cosas, no pidas lógica.

En cualquier caso, Carrados opta por una batería de explicaciones racionales que alejan la novela del fantástico (¡otra vez!) y la acercan a la criminal. Tampoco hay mayor problema con esto, pero Carrados deja para el final un detalle que alegrará el día a todos los que necesiten de esta nota fantástica genuina. Yo se lo agradecería, desde luego, si no fuera tan tosca, tan cutre.

La trama se torna tan delirante en algunos momentos que no puedo evitar sentir cierta simpatía por ella: hay un hilo que sigue la búsqueda del oro oculto en una cueva de los acantilados, llevado allí por unos espías alemanes en un submarino durante la Segunda Guerra Mundial. Lo normal, vamos. El pueblo, Merton Bay, es pequeño, pero entre la leyenda de la maldición brujeril y la del oro de los nazis, a uno le cuesta creer que la gente se aburra tanto allí como se afirma de continuo en la novela. En fin.

Aunque todo deviene en un desenlace de lo más convencional (sí, sí, acaba con boda, y si consideras esto un spoiler de esos es que no has leído un bolsilibro en tu vida), la historia tiene sus buenos momentos. Los sustos a costa de los esqueletos todavía no sé si me gustaron por su desarmante ingenuidad o no me gustaron precisamente por eso.

En resumen, cuatro bolsilibros que se leen con algo más que agrado. Y si los comparo con uno de relatos de Antonio Gala que me leí hace años, esto es la mismísima gloria.

CARRADOS, Clark. El final del miedo. Ilustración de cubierta de Antonio Bernal. Barcelona: Bruguera, 1980. 95 p. Selección Terror; 393. ISBN 84-02-02506-4.

CARRADOS, Clark. Los muertos que no morían. Ilustración de cubierta de Desilo. Barcelona: Bruguera, 1982. 190 p. Selección Terror extra; 6. ISBN 84-02-08799-X.

CARRADOS, Clark. Lobos contra lobos. Ilustración de cubierta de Alberto Pujolar. Barcelona: Bruguera, 1984. 95 p. Selección Terror; 571. ISBN 84-02-02506-4.

CARRADOS, Clark. La firma de la bruja. Ilustración de cubierta de Alberto Pujolar. Barcelona: Bruguera, 1984. 93 p. Selección Terror; 590. ISBN 84-02-02506-4.

VÁZQUEZ DE PARGA, Salvador. Héroes y enamoradas: la novela popular española. Barcelona: Glénat, 2000. 370 p.; il. Parapapel; 3. ISBN 84-8449-072-6.

2 comentarios:

Cezary Novek dijo...

Excelente entrada. Soy fan de tu sitio hace años. Es un lugar de consulta permanente para mi.
Casualmente, ayer un amigo me regaló "Cementerio cósmico", de Curtis Garland.
Saludos!

Cezary.

Llosef dijo...

¡Gracias, Cezary! No he leído ésa de Garland (bueno, ¡no he leído tantas...!) Suena fenomenal. Ya con que tenga la palabra "cementerio" en el título me ha ganao. Uno es así de básico...