martes, abril 08, 2008

El canto de la tripulación (1918), de Pierre Mac Orlan



No pude comenzar con más ganas la lectura de El canto de la tripulación (Le Chant de l’équipage, 1918) de Pierre Mac Orlan (Dumarchey era su apellido real): resulta tan difícil encontrar obras suyas traducidas al español que dar con una ya es toda una alegría. ¡Inocente de mí! Las risas de la más desaforada alegría pronto se tornaron lágrimas de decepción. Aunque al final no tanto. Después de todo, Mac Orlan nunca decepciona. Otra cosa es que el muy maldito se haga esperar.

Aunque se trata de una novela de aventuras, la mitad del libro Mac Orlan se lo pasa presentando personajes y describiendo después los preparativos del loco viaje que emprenderán sus protagonistas. Todo resulta tan ingenioso como superficial. El estilo de Mac Orlan es muy brillante, muy visual, pero por eso mismo cae con extremada facilidad en lo vacuo. La forma intenta hacernos olvidar que sus personajes no son sino meras marionetas. El bueno de Mac Orlan pone más interés en que todos resulten pintorescos, curiosos o incluso extravagantes al lector antes que vivos.

Cuando se detiene en las tabernas, en especial en el tabuco infecto del capitán Heresa, Mac Orlan muestra sus mejores páginas, aquellas en las que describe los barrios bajos canallas con sus vividores, hombres y mujeres capaces de las mayores felonías, de los más grandes sacrificios. Tal que en su obra maestra El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1927).


La aventura en sí no da comienzo hasta la mitad del libro, pero la historia no gana en interés. Sí narra una tormenta al modo del Joseph Conrad de Tifón (Typhoon, 1902) o el Poe de Un descenso al Maelström (A Descent into the Maelström, 1841), por poner los primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza (siempre acuden a mi cabeza los mismos: por algo será), de una forma vívida, pero a años luz de los mencionados.

Y cuando todo parece ya perdido, cuando nos acercamos al final convencidos de la mediocridad que nos ha endilgado en esta ocasión nuestro admirado autor, este nos sorprende de manera genial. Sus últimas páginas resultan apabullantes, abrumadoras: estallan en un desenlace brutal. La historia deviene un cuento tan cruel como delirante. Casi tan despiadado como Una avanzada del progreso (An Outpost of Progress, 1896) del gran Conrad. Como si hubiera estado guardando el tipo durante mucho tiempo, empeñado en demostrarnos ser un escritor elegante y ocurrente, algo canallesco pero bonachón en el fondo, Mac Orlan se deja de florituras y saca de sí todo lo que uno esperaba (o al menos yo esperaba) de él: una historia sorprendente, con giros imposibles pero nunca cuestionables desde el momento en que Mac Orlan nos sumerge en ellos, de personajes ahora sí rebosantes de vida y pasiones, de deseos y desesperación. Y la maldad, esa maldad inocente, pura y desarmante de aquellos que hacen el mal porque en su vida no han conocido otra cosa.


La edición cuenta con una traducción arcaica de Julio Gómez de la Serna, que a pesar de indicarnos en los créditos del libro que ha sido sometida a una revisión, de seguro que esta ha sido algo perezosa (por ejemplo, se mantienen las tildes en dio). En su descargo, diremos que cuenta con un cuadernillo central con magníficas ilustraciones a cargo de Antonia Santolaya, Enrique Flores y Felipe Hernández Cava. Si a esto añadimos un prólogo del excelente Raymond Queneau y unas palabras finales a cargo de Ramón Gómez de la Serna, como siempre escribiendo sobre el autor utilizando greguerías, como siempre oscilando entre lo genial y lo idiota, pues mucho mejor.

MAC ORLAN, Pierre. El canto de la tripulación. Prólogo de Raymond Queneau; epílogo de Ramón Gómez de la Serna; ilustraciones de Antonia Santolaya, Enrique Flores y Felipe Hernández Cava; traducción de Julio Gómez de la Serna. Vitoria-Gasteiz: Ikusager, 2003. 192 p. Correría; 17. ISBN 84-85631-93-5.


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